CONSIGNA
1-lectura
2-busca palabras en rojo
3-ilustra lo que te resultó más interesante
UN PARQUE PARA NOSOTROS
La casa de la calle Capurro tenía un olor
 extraño. Según mi padre, olía a jazmines; según mi madre, a ratones. Es
 probable que ese conflicto haya desorganizado mi capacidad olfativa por
 varios lustros, durante los cuales no podía distinguir entre el perfume
 a violetas y el olor a azafrán, o entre la emanación de la cebolla y el
 vaho de las inhalaciones.
En conexión con esa casa tengo además dos
 recuerdos fundamentales: uno, el Parque Capurro, y otro, la cancha de 
fútbol del Club Lito, que quedaba a tres cuadras. En aquella época, el 
Parque Capurro era como una escenografía montada para una película de 
bandidos, con rocas artificiales, semicavernas, caminitos tortuosos y 
con yuyos, una maravilla en fin. No me dejaban ir solo, pero sí con mis 
primos o con el hijo de un vecino, que era de mi edad. El parque estaba 
casi siempre desierto, de modo que se convertía en nuestro campo de 
operaciones. A veces, cuando recorríamos aquellos laberintos, nos 
encontrábamos con algún bichicome  borracho, o simplemente dormido, pero
 eran inofensivos y estaban acostumbrados a nuestras correrías. Ellos y 
nosotros coexistíamos en ese paisaje casi lunar, y su presencia agregaba
 un cierto sabor de riesgo (aunque sabíamos que no arriesgábamos nada) a
 nuestros juegos, que por lo general consistían en encarnizadas luchas 
cuerpo a cuerpo, entre dos bandos, o más bien bandas: una integrada por 
mi primo Daniel y el vecino, y otra, por mi primo Fernando y yo. A veces
 también participaban otros botijas del barrio, pero de todos modos 
nosotros llevábamos la voz cantante.(…) En mi condición de 
convaleciente, tenía prohibidos semejantes excesos, gracias a los cuales
 sudaba demasiado, de modo que antes de regresar a casa había que tomar 
ciertas medidas precautorias. Como antes de la contienda dejábamos 
nuestras camisas sobre las rocas, cuando la lucha llegaba a su fin, nos 
lavábamos en una fuente con agua sospechosamente verdosa, nos secábamos 
al sol, y luego nos volvíamos a poner las camisas, que no mostraban 
ninguna señal de las refriegas. Cuando volvíamos a casa, muy peinados y 
rozagantes, mi madre me preguntaba: “No habrás corrido, ¿verdad?”. Para 
corroborar mi respuesta negativa, alguno de mis primos ratificaba: “No 
tía, mientras nosotros jugábamos, Claudio estuvo sentado en un banco, 
 tomando el solcito”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario