Datos principales
Superficie: 10. 457 Km
Habitantes: 69.000
El 25% de la leche de todo el país se produce en Florida
Límites
Florida
limita al norte con Durazno, al noreste con Treinta y Tres, al este con
Lavalleja, al noroeste con Flores, al sur con Canelones y al suroeste
con San José de Mayo.
Introducción
Hay una manera
de viajar por Florida desde el presente, recorriendo su paisaje de
penillanura, sus ríos y arroyos, los montes, las estancias turísticas,
los pueblos, las lomas y los valles generados a partir de la Cuchilla
Grande. Pero hay otra forma de conocer el departamento que obliga a
llevar un libro de historia nacional abajo del brazo para rememorar los
hechos trascendentes que ocurrieron aquí y definieron la independencia
de Uruguay.
El 14 de junio de 1925 en Villa Florida —en ese
entonces bajo la jurisdicción del departamento de San José— se instaló
el Gobierno Provisorio de la Provincia Oriental y fue allí también
donde, el 25 de agosto, se proclamaron las tres leyes fundamentales que
dieron origen a la nación: Ley de Independencia, de Unión y de Pabellón.
Florida, asimismo, fue escenario de importantes batallas; allí
Juan Antonio Lavalleja creó los Ejércitos Orientales y José Artigas
acampó con su gente en enero de 1813. Como ves, muchas son las razones
que ameritan una recorrida histórica por el departamento.
Tanto
en la ciudad de Florida como en los alrededores se han instalado placas y
monumentos que recuerdan a héroes, batallas y proclamas. Por ejemplo,
la humilde casa donde se reunió el gobierno provisorio en 1825, en el
centro de la capital, ya no existe, pero sí está señalado el lugar. La
piedra alta es otro sitio relevante para la historia nacional y un punto
privilegiado con vista al río Santa Lucía Chico. En esta roca, la más
alta del entorno, se leyó el acta de la Declaratoria de la
Independencia. Sobre ella reposa hoy la cabecera de un hermoso puente
que atraviesa el Santa Lucía Chico. El escudo del departamento, en su
parte inferior, recuerda esta piedra de valor histórico.
Florida
está surcado por ríos y arroyos. El Santa Lucía que limita con
Canelones, y su principal afluente el Santa Lucía Chico, riegan el sur.
La capital está ubicada a orillas de este último y también la represa
potabilizadora de OSE, Paso Severino. Al norte es importante el río Yí,
límite con Durazno.
La economía se basa en la producción
agropecuaria. La cría de ganado bovino y ovino, la lechería, la miel,
los vinos, la industria forestal y el turismo rural, se señalan como los
rubros más destacados.
En Florida se produce un 25% de la leche de todo el país, según indica la página oficial de la Intendencia.
De
los casi setenta mil habitantes del departamento, la mayoría (el 81%)
vive en las ciudades. Florida es uno de los departamentos con menor
densidad de población (menos de cinco habitantes por kilómetro
cuadrado). La mitad vive en la capital. El norte del departamento se
caracteriza por su soledad; el sur por la cantidad de tambos.
Las principales localidades, además de la capital, son Sarandí Grande, Casupá, Fray Marcos, 25 de mayo, 25 de agosto.
Donde nació el país independiente
Recorrer
Florida en bote, pasando de un río a otro, debe ser la forma más bonita
de conocer el departamento, pensaba la mochilera. Pero viajar en una
embarcación, por pequeña que sea, no es fácil. Se necesita una buena
infraestructura y la posibilidad de trasladar la lancha por tierra en
algunos tramos con el auxilio de un vehículo potente. “Si esto no es
posible, pensó la mochilera, me acercaré a los ríos y arroyos lo más que
pueda”. Así fue que empezó su viaje muy cerca del agua, en el sur de
Florida, a orillas del Santa Lucía Chico, aunque al final se dejó
seducir por el campo y terminó su viaje por tierra, muy cerca de
Durazno.
Su primer parada la hizo en la represa potabilizadora
de Ose, Paso Severino. “Uy, potabilizadora”, pensó, qué palabra
difícil. Pero preguntando se entera la gente. Allí mismo le explicaron
que en Paso Severino existe una represa desde donde se saca agua que,
luego de un proceso, está lista para beber y para otros usos, eso
significa que se vuelve potable.
Paso Severino es bastante más
que una represa. En el lugar hay una agradable colonia de vacaciones de
OSE a la que tiene acceso el público en general, si paga una entrada de
$20 por persona. La mochilera pagó y entró, y pasó un día precioso junto
al lago.
En el complejo de vacaciones hay juegos para niños,
piscinas, y hasta un pequeño zoológico con carpinchos, ciervos y
ñandúes. La mochilera le dio de comer pasto fresco a las nutrias y
caminó junto al río. El lugar le gustó por lo prolijo y bien señalizado:
los árboles se identifican con los nombres vulgares y científicos, como
debe ser; los autóctonos se señalan con un asterisco verde y los
exóticos con uno naranja.
Desde los puntos altos de los paseos de
los alrededores se contempla el gran chorro de agua de la planta. De
Paso Severino se extrae agua potable que abastece al 60% de la población
del país.
El agua que bebemos
Una planta
potabilizadora utiliza el agua cruda, superficial, de un río para
procesarla y hacerla segura para el consumo humano. En ese proceso se
depuran las sustancias que pueden ser dañinas para el hombre, se quita
la arena o pequeñas piedras y se clarifica el agua.
La capital de la historia
De
Paso Severino la mochilera siguió rumbo a Florida. Desde allí, no
importa hacia qué lado se tome, a derecha o izquierda, siempre se llega a
la capital. Como había venido por la ruta 5, eligió el otro camino, el
que pasa por la localidad 25 de Mayo. No se detuvo en 25 de Mayo, pero
le gustó la imagen fugaz que le quedó del pequeño pueblo arbolado. Era
pleno otoño, los árboles tenían un tinte dorado que se contagiaba a
calles y veredas con una alfombra de hojas caídas.
Poco después,
llegó a Florida. Esta vez, además de una guía turística, llevaba un
grueso libro de historia. La capital departamental, donde viven unas 33
mil personas, le resultó a primera vista un lugar agradable, con plazas y
parques cuidados. Fue inevitable empezar la caminata por la plaza
principal o mayor. En el centro de ella se erige el monumento a la
independencia. Su creador fue el artista italiano Juan Ferrari.
El
monumento, además de lo que simboliza en sí, tiene un segundo valor
histórico y cultural porque en ese sitio, en la inauguración de la
estatua, el poeta Juan Zorrilla de San Martín recitó por primera vez
su poema La leyenda patria.
Los floridenses se enorgullecen de su
plaza, de su catedral y muy en especial del parque “Piedra Alta”. Y no
se trata sólo de que allí se proclamó la independencia. En todo el
entorno se construyó un parque, cuyo diseño original pertenece al
francés Carlos Racine, el mismo hombre que diseñó el Jardín Botánico y
el Rosedal del Prado de Montevideo, entre tantísimas obras.
Un joven romántico
El
monumento a la independencia que se encuentra en la plaza principal de
Florida se inauguró el 19 de mayo de 1879. Para la ocasión se convocó a
los escritores uruguayos a participar en un concurso literario. El
ganador fue Aurelio Berro, pero había una sensación generalizada de que
el verdadero triunfador había sido el joven Juan Zorrilla de San Martín
con su obra La leyenda patria. El jurado no le había podido dar el
máximo galardón porque no se ajustaba a las bases del concurso. La
cuestión se zanjó cuando Aurelio Berro, en un hermoso gesto, le entregó a
Zorrilla la medalla de oro que acababa de recibir. Las casi cuatro mil
personas que se habían acercado a la celebración aplaudieron emocionadas
a Berro, al joven poeta y al desinteresado gesto.
Peregrinación
Todos
los años miles de personas visitan Florida para homenajear a San Cono.
La imagen del santo fue traída desde Italia gracias a los esfuerzos de
un grupo de inmigrantes que sentían especial devoción por él. Hoy se lo
invoca también para ganar en los juegos de azar, en la lotería, aunque
ese día las agencias de quinielas no aceptan el 3, número asociado a San
Cono.
Hacia el norte
Después de la caminata por el
parque Piedra Alta, la mochilera armó su carpa en el camping lindero,
en el parque Vicente Salvador Robaina, dispuesta a levantarse temprano
al otro día para seguir viaje hacia el norte.
A las seis de la
mañana sonó el despertador, aún había poca luz. Pero cuando el sol se
definió, la mochilera miró el cielo y contempló unas nubes negras que
amenazaban con transformarse en tormenta.
Otra vez había
alquilado un auto, un jeep algo ruidoso y destartalado, no se dejaría
amedrentar por unas nubes. Apenas se alejó de la ciudad comenzó a ver
vacas Holando y Hereford y algunas ovejas en los potreros al borde la
carretera. “Se explica – pensó- porque la ganadería es uno de los
principales rubros económicos del departamento”.
Los
afloramientos de granito le llamaron la atención y se fueron haciendo
más frecuentes a medida que avanzaban hacia el norte. Algunos horneros
habían anidado en los postes de luz, y uno, más atrevido, edificó su
casa de barro sobre un cartel de no adelantar. Iba camino a unos pueblos
cuyos nombres le habían despertado gran curiosidad: Montecoral, Chilcas
y Chingolas.
Para llegar allí la mochilera tomó la ruta 5, hizo
un tramo por la 56 y luego siguió por la 6. Pasó por el arroyo Santa
Lucía Chico y los arroyos Tornero, Tornero Chico, Talita, Timote, sin
cruzar ni un solo pueblo. Hubiera seguido de un tirón, pero se desvió
hacia la localidad de Cerro Colorado para conocer la estancia San Pedro
de Timote, un establecimiento turístico cuyo casco ha sido declarado
Monumento Histórico Nacional.
Las tierras de la familia Gallinal
San
Pedro de Timote se fundó en 1854 por Pedro José Jackson. A partir de
1904 comenzó a ser administrada por un hombre conocido del ámbito
político, el abogado blanco Alejandro Gallinal.
En 1997 el casco
de la estancia fue remodelado con la finalidad de convertirlo en un
hotel campo. En el presente, los turistas que llegan hasta allí se
encuentran no sólo con un edificio de una hermosa arquitectura,
testimonio de viejas épocas de un país de economía floreciente, sino
también con piscinas, salas de juego y dos salones para convenciones
como ocurre en los modernos hoteles de la ciudad.
Un nombre marino lejos del mar
Después
del desvío a San Pedro de Timote, la mochilera volvió a la ruta 6. A la
altura del kilómetro ciento ochenta y pico apareció un camino que se
bifurcaba. Estaba cerca, según las indicaciones que le habían dado. Se
veían dos casas taperas, con los techos de quincho a medio hundir, y más
allá un rancho con aspecto deshabitado.
Se metió por el sendero
sinuoso sin más huellas que las de caballos y paró frente a la portera.
No fue necesario golpear. Las gallinas, los pavos, los chanchos y los
pollitos que andaban por allí expresaron su asombro cada cual a su modo.
Un hombre de boina y ojos claros se acercó. No, allí no era Montecoral,
le dijo, pero estaba cerca. Con el dedo señaló un montoncito de casas,
distantes unos dos kilómetros.
Una veintena de casas, tal vez
algo más, constituyen Montecoral. Tiene iglesia, aunque cerrada la mayor
parte del tiempo porque no hay cura (“dan una misa allá de lejos en
lejos”, le dirían más tarde a la mochilera), comisaría con un solo
policía, una escuela rural que recibe a los niños de la zona, un
boliche-almacén con mesa de billar y una estación de trenes en estado de
abandono.
La mochilera fue hasta la comisaría y pidió que le
indicara cuál era la persona más vieja del pueblo. Después de pensar un
poco, el policía le recomendó que visitara al “Indio”. El hijo del
policía y un vecinito la guiaron hasta la casa del Indio; ellos iban en
unas bicicletas enormes, la mochilera los seguía de a pie.
Golpeó
las manos y después de unos minutos apareció un anciano sonriente. “Me
dijeron que usted es el más veterano del pueblo”, empezó la mochilera
como para romper el hielo. “Puede ser”, dijo y se rió. Enseguida se
animó la conversación.
La buena prosa del Indio
De
la memoria del “Indio” surgió un pueblo muy diferente al que la
mochilera miraba en ese momento. El “Indio” recordaba un Montecoral
lleno de gente. En 1932 llegaron las vías de ferrocarril al pueblo,
junto con ellas y con la construcción de la nueva estación, vinieron los
obreros. “Serían unas quinientas personas y ahí se empezó a poblar el
pueblito porque quedó la cuadrilla, dos cuadrillas quedaron permanentes
para cuidar la vía y para seguir construyéndola hasta Sarandí del Yí”.
En
total se afincaron unas ochenta familias. Como se estilaba en los
viejos tiempos, cada una tenía cuatro, cinco o más hijos. Para atender
las necesidades de toda aquella gente había dos boliches abiertos; dos
boliches donde se podía comprar desde un jabón hasta una olla. Vendían
nafta, querosene, aceite, comestibles. En nada se parecían aquellos
comercios de ramos generales al almacén del presente, ubicado al final
del pueblo. Hoy, cuando el “Indio” necesita un litro de aceite debe
encarar un periplo que implica caminar dos kilómetros hasta la carretera
y luego tomar el ómnibus de línea que lo lleva a Capilla del Sauce,
ubicado diez kilómetros más adelante. “A dos leguas”, dirá él, según
la medida tradicional que aún maneja y que heredó de los gauchos.
El
“Indio” vive solo con su mujer en una casa humilde, no en un rancho.
Tiene cuatro hijos (tres varones solteros y una mujer casada), todos
lejos del pueblo. “¿A quién no le pasa que los hijos se vayan?”,
preguntó. “Acá prácticamente es un pueblito de jubilados, casi no hay
muchachos, hay algunos botijas chicos, pero grandes queda una chiquilina
de quince años y hay otra de doce o trece”.
Después de saludar
al “Indio” y agradecer la buena conversación, la mochilera se
aprovisionó en el almacén de queso y agua mineral para seguir rumbo a
otros dos pueblitos: Chilcas y Chingolas.
Dos puntitos en medio del campo
Los
dos pueblos Chilcas y Chingolas dormitan uno al lado del otro. En
realidad resulta difícil distinguir dónde termina uno y empieza el otro.
En
Chilcas no hay, nunca hubo, estación de tren. Surgió como rancherío de
peones conchabados en las estancias del lugar. Ahora, apenas quedan una
decena de casas, algunas ya taperas.
Hay que recorrer diez
kilómetros por un mal camino para ir a Chilcas y Chingolas, pero la
mochilera se llevó una buena sorpresa a la llegada ante la vista de
algunas casitas nuevas, pintadas de colores vivos. Los colores la
impactaron por lo inusual, en la campaña uruguaya mimetizada con el
marrón del barro y la paja, el violeta en las paredes constituye un acto
de verdadero atrevimiento estético.
La tormenta amenazaba con
arruinarle el viaje, había pasado varias cañadas con puentes bajos y
comenzó a temer que, si llovía mucho, el agua le impidiera el paso.
Mientras caían las primeras gotas, caminó por la calle central, el mismo
camino de ingreso, que une a Chilcas y Chingolas.
Una callecita
de tierra con cuatro ranchos en hilera se abría hacia la izquierda y
terminaba rápidamente convertida en campo. En uno de los ranchos, la
mochilera vio a un paisano sentado en la puerta y rodeado de perros.
Al
verla llegar, el hombre y los perros se acercaron a la portera. Los
cachorros le lamieron las manos, mientras el paisano la recibió cordial,
pero reservado. Saludó y se presentó como Pedro González.
También
con él fue fácil conversar. González le señaló con orgullo las casas
pintadas de colores vivos y le contó que en la obra habían participado
todos los vecinos, si bien la iniciativa se debió al maestro de
Primaria, José Bonifacino.
De pronto la tormenta amenazante pasó a
los hechos y una lluvia torrencial cayó ruidosa sobre Chilcas y
Chingolas. La mochilera se despidió presurosa y rumbeó hacia Capilla del
Sauce donde pensaba pasar la noche y de allí partir hacia otro
departamento. El auto desanduvo a los tumbos el camino hacia la
carretera. Los pueblos se quedaron solos, allá lejos. Los arroyos, por
suerte, seguían en su cauce y los puentes la dejaron llegar sin
problemas hacia la meta final.
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