búsqueda interesante

miércoles, 20 de agosto de 2014

una propuesta para 5to año-ciencias sociales

Datos principales

    Superficie: 10. 457 Km
    Habitantes: 69.000
    El 25% de la leche de todo el país se produce en Florida

Límites

Florida limita al norte con Durazno, al noreste con Treinta y Tres, al este con Lavalleja, al noroeste con Flores, al sur con Canelones y al suroeste con San José de Mayo.

Introducción

Hay una manera de viajar por Florida  desde el presente, recorriendo su paisaje de penillanura, sus ríos y arroyos, los montes, las estancias turísticas, los pueblos, las lomas y los valles generados a partir de la Cuchilla Grande. Pero hay otra forma de conocer el departamento que obliga a llevar un libro de historia nacional abajo del brazo para rememorar los hechos trascendentes que ocurrieron aquí y definieron la independencia de Uruguay.

El 14 de junio de 1925 en Villa Florida —en ese entonces bajo la jurisdicción del departamento de San José— se instaló el Gobierno Provisorio de la Provincia Oriental y fue allí también donde, el 25 de agosto, se proclamaron las tres leyes fundamentales que dieron origen a la nación: Ley de Independencia, de Unión y de Pabellón.

Florida, asimismo, fue escenario de importantes batallas; allí Juan Antonio Lavalleja creó los Ejércitos Orientales y  José Artigas acampó con su gente en enero de 1813. Como ves, muchas son las razones que ameritan una recorrida histórica por el departamento.

Tanto en la ciudad de Florida como en los alrededores se han instalado placas y monumentos que recuerdan a héroes, batallas y proclamas. Por ejemplo, la humilde casa donde se reunió el gobierno provisorio en 1825, en el centro de la capital, ya no existe, pero sí está señalado el lugar. La piedra alta es otro sitio relevante para la historia nacional y un punto privilegiado con vista al río Santa Lucía Chico. En esta roca, la más alta del entorno, se leyó el acta de la Declaratoria de la Independencia. Sobre ella reposa hoy la cabecera de un hermoso puente que atraviesa el Santa Lucía Chico. El escudo del departamento, en su parte inferior, recuerda esta piedra de valor histórico.

Florida está surcado por ríos y arroyos. El Santa Lucía que limita con Canelones, y su principal afluente el Santa Lucía Chico, riegan el sur. La capital está ubicada a orillas de este último y también la represa potabilizadora de OSE, Paso Severino. Al norte es importante el río Yí, límite con Durazno.

La economía se basa en la producción agropecuaria. La cría de ganado bovino y ovino, la lechería, la miel, los vinos, la industria forestal y el turismo rural, se señalan como los rubros más destacados.

En Florida se produce un 25% de la leche de todo el país, según indica la página oficial de la Intendencia.

De los casi setenta mil habitantes del departamento, la mayoría (el 81%) vive en las ciudades. Florida es uno de los departamentos con menor densidad de población (menos de cinco habitantes por kilómetro cuadrado). La mitad vive en la capital. El norte del departamento se caracteriza por su soledad; el sur por la cantidad de tambos.

Las principales localidades, además de la capital, son Sarandí Grande, Casupá, Fray Marcos, 25 de mayo, 25 de agosto.

Donde nació el país independiente

Recorrer Florida en bote, pasando de un río a otro, debe ser la forma más bonita de conocer el departamento, pensaba la mochilera. Pero viajar en una embarcación, por pequeña que sea, no es fácil. Se necesita una buena infraestructura y la posibilidad de trasladar la lancha por tierra en algunos tramos con el auxilio de un vehículo potente. “Si esto no es posible, pensó la mochilera, me acercaré a los ríos y arroyos lo más que pueda”. Así fue que empezó su viaje muy cerca del agua, en el sur de Florida,  a orillas del Santa Lucía Chico, aunque al final se dejó seducir por el campo y terminó su viaje por tierra, muy cerca de Durazno. 

Su primer parada la hizo en la represa potabilizadora de Ose, Paso Severino. “Uy, potabilizadora”,  pensó, qué palabra difícil. Pero preguntando se entera la gente. Allí mismo le explicaron que en Paso Severino existe una represa desde donde se saca agua que, luego de un proceso, está lista para beber y para otros usos, eso significa que se vuelve potable.

Paso Severino es bastante más que una represa. En el lugar hay una agradable colonia de vacaciones de OSE a la que tiene acceso el público en general, si paga una entrada de $20 por persona. La mochilera pagó y entró, y pasó un día precioso junto al lago.

En el complejo de vacaciones hay juegos para niños, piscinas, y hasta un pequeño zoológico con carpinchos, ciervos y ñandúes. La mochilera le dio de comer pasto fresco a las nutrias y caminó junto al río. El lugar le gustó por lo prolijo y bien señalizado: los árboles se identifican con los nombres vulgares y científicos, como debe ser; los autóctonos se señalan con un asterisco verde y los exóticos con uno naranja.

Desde los puntos altos de los paseos de los alrededores se contempla el gran chorro de agua de la planta. De Paso Severino se extrae agua potable que abastece al 60% de la población del país.

El agua que bebemos

Una planta potabilizadora utiliza el agua cruda, superficial, de un río para procesarla y hacerla segura para el consumo humano. En ese proceso se depuran las sustancias que pueden ser dañinas para el hombre, se quita la arena o pequeñas piedras y se clarifica el agua.

La capital de la historia

De Paso Severino la mochilera siguió rumbo a Florida. Desde allí, no importa hacia qué lado se tome, a derecha o izquierda, siempre se llega a la capital. Como había venido por la ruta 5, eligió el otro camino, el que pasa por la localidad 25 de Mayo. No se detuvo en 25 de Mayo, pero le gustó la imagen fugaz que le quedó del pequeño pueblo arbolado. Era pleno otoño, los árboles tenían un tinte dorado que se contagiaba a calles y veredas con una alfombra de hojas caídas.

Poco después, llegó a Florida. Esta vez, además de una guía turística, llevaba un grueso libro de historia. La capital departamental, donde viven unas 33 mil personas, le resultó a primera vista un lugar agradable, con plazas y parques cuidados. Fue inevitable empezar la caminata por la plaza principal o mayor. En el centro de ella se erige el monumento a la independencia. Su creador fue el artista italiano Juan Ferrari.

El monumento, además de lo que simboliza en sí, tiene un segundo valor histórico y cultural porque en ese sitio, en la inauguración de la estatua, el poeta Juan Zorrilla de San Martín  recitó por primera vez  su poema La leyenda patria.

Los floridenses se enorgullecen de su plaza, de su catedral y muy en especial del parque “Piedra Alta”. Y no se trata sólo de que allí se proclamó la independencia. En todo el entorno se construyó un parque, cuyo diseño original pertenece al francés Carlos Racine, el mismo hombre que diseñó el Jardín Botánico y el Rosedal del Prado de Montevideo, entre tantísimas obras.

Un joven romántico

El monumento a la independencia que se encuentra en la plaza principal de Florida se inauguró el 19 de mayo de 1879. Para la ocasión se convocó a los escritores uruguayos a participar en un concurso literario. El ganador fue Aurelio Berro, pero había una sensación generalizada de que el verdadero triunfador había sido el joven Juan Zorrilla de San Martín con su obra La leyenda patria. El jurado no le había podido dar el máximo galardón porque no se ajustaba a las bases del concurso. La cuestión se zanjó cuando Aurelio Berro, en un hermoso gesto, le entregó a Zorrilla la medalla de oro que acababa de recibir. Las casi cuatro mil personas que se habían acercado a la celebración aplaudieron emocionadas a Berro, al joven poeta y al desinteresado gesto.

Peregrinación

Todos los años miles de personas visitan Florida para homenajear a San Cono. La imagen del santo fue traída desde Italia gracias a los esfuerzos de un grupo de inmigrantes que sentían especial devoción por él.  Hoy se lo invoca también para ganar en los juegos de azar, en la lotería, aunque ese día las agencias de quinielas no aceptan el 3, número asociado a San Cono.

Hacia el norte

Después de la caminata por el parque Piedra Alta, la mochilera armó su carpa en el camping lindero, en el parque Vicente Salvador Robaina, dispuesta a levantarse temprano al otro día para seguir viaje hacia el norte.

A las seis de la mañana sonó el despertador, aún había poca luz. Pero cuando el sol se definió, la mochilera miró el cielo y contempló unas nubes negras que amenazaban con transformarse en tormenta.

Otra vez había alquilado un auto, un jeep algo ruidoso y destartalado, no se dejaría amedrentar por unas nubes. Apenas se alejó de la ciudad comenzó a ver vacas Holando y Hereford y algunas ovejas en los potreros al borde la carretera. “Se explica – pensó- porque la ganadería es uno de los principales rubros económicos del departamento”.

Los afloramientos de granito le llamaron la atención y se fueron haciendo más frecuentes a medida que avanzaban hacia el norte. Algunos horneros habían anidado en los postes de luz, y uno, más atrevido, edificó su casa de barro sobre un cartel de no adelantar. Iba camino a unos pueblos cuyos nombres le habían despertado gran curiosidad: Montecoral, Chilcas y Chingolas.

Para llegar allí la mochilera tomó la ruta 5, hizo un tramo por la 56 y luego siguió por la 6. Pasó por el arroyo Santa Lucía Chico y los arroyos Tornero, Tornero Chico, Talita, Timote, sin cruzar ni un solo pueblo. Hubiera seguido de un tirón, pero se desvió hacia la localidad de Cerro Colorado para conocer la estancia San Pedro de Timote, un establecimiento turístico cuyo casco ha sido declarado Monumento Histórico Nacional.

Las tierras de la familia Gallinal

San Pedro de Timote se fundó en 1854 por Pedro José Jackson. A partir de 1904 comenzó a ser administrada por un hombre conocido del ámbito político, el abogado blanco Alejandro Gallinal.

En 1997 el casco de la estancia fue remodelado con la finalidad de convertirlo en un hotel campo. En el presente, los turistas que llegan hasta allí se encuentran no sólo con un edificio de una hermosa arquitectura, testimonio de viejas épocas de un país de economía floreciente, sino también con piscinas, salas de juego y dos salones para convenciones como ocurre en los modernos hoteles de la ciudad.

Un nombre marino lejos del mar

Después del desvío a San Pedro de Timote, la mochilera volvió a la ruta 6. A la altura del kilómetro ciento ochenta y pico apareció un camino que se bifurcaba. Estaba cerca, según las indicaciones que le habían dado. Se veían dos casas taperas, con los techos de quincho a medio hundir, y más allá un rancho con aspecto deshabitado.

Se metió por el sendero sinuoso sin más huellas que las de caballos y paró frente a la portera. No fue necesario golpear. Las gallinas, los pavos, los chanchos y los pollitos que andaban por allí expresaron su asombro cada cual a su modo. Un hombre de boina y ojos claros se acercó. No, allí no era Montecoral, le dijo, pero estaba cerca. Con el dedo señaló un montoncito de casas, distantes unos dos kilómetros.

Una veintena de casas, tal vez algo más, constituyen Montecoral. Tiene iglesia, aunque cerrada la mayor parte del tiempo porque no hay cura (“dan una misa allá de lejos en lejos”, le dirían más tarde a la mochilera), comisaría con un solo policía, una escuela rural que recibe a los niños de la zona, un boliche-almacén con mesa de billar y una estación de trenes en estado de abandono.

La mochilera fue hasta la comisaría y pidió que le indicara cuál era la persona más vieja del pueblo. Después de pensar un poco, el policía le recomendó que visitara al “Indio”. El hijo del policía y un vecinito la guiaron hasta la casa del Indio; ellos iban en unas bicicletas enormes, la mochilera los seguía de a pie.

Golpeó las manos y después de unos minutos apareció un anciano sonriente. “Me dijeron que usted es el más veterano del pueblo”, empezó la mochilera como para romper el hielo. “Puede ser”, dijo y se rió. Enseguida se animó la conversación.

La buena prosa del Indio

De la memoria del “Indio” surgió un pueblo muy diferente al que la mochilera miraba en ese momento. El “Indio” recordaba un Montecoral lleno de gente. En 1932 llegaron las vías de ferrocarril al pueblo, junto con ellas y con la construcción de la nueva estación, vinieron los obreros. “Serían unas quinientas personas y ahí se empezó a poblar el pueblito porque quedó la cuadrilla, dos cuadrillas quedaron permanentes para cuidar la vía y para seguir construyéndola hasta Sarandí del Yí”.

En total se afincaron unas ochenta familias. Como se estilaba en los viejos tiempos, cada una tenía cuatro, cinco o más hijos. Para atender las necesidades de toda aquella gente había dos boliches abiertos; dos boliches donde se podía comprar desde un jabón hasta una olla. Vendían nafta, querosene, aceite, comestibles. En nada se parecían aquellos comercios de ramos generales al almacén del presente, ubicado al final del pueblo. Hoy, cuando el “Indio” necesita un litro de aceite debe encarar un periplo que implica caminar dos kilómetros hasta la carretera y luego tomar el ómnibus de línea que lo lleva a Capilla del Sauce, ubicado diez kilómetros más adelante.  “A dos leguas”, dirá él,  según la medida tradicional que aún maneja y que heredó de los gauchos.

El “Indio” vive solo con su mujer en una casa humilde, no en un rancho. Tiene cuatro hijos (tres varones solteros y una mujer casada), todos lejos del  pueblo. “¿A quién no le pasa que los hijos se vayan?”, preguntó. “Acá prácticamente es un pueblito de jubilados, casi no hay muchachos, hay algunos botijas chicos, pero grandes queda una chiquilina de quince años y hay otra de doce o trece”.

Después de saludar al “Indio” y agradecer la buena conversación, la mochilera se aprovisionó en el almacén de queso y agua mineral para seguir rumbo a otros dos pueblitos: Chilcas y Chingolas.

Dos puntitos en medio del campo
Los dos pueblos Chilcas y Chingolas dormitan uno al lado del otro. En realidad resulta difícil distinguir dónde termina uno y empieza el otro.
En Chilcas no hay, nunca hubo, estación de tren. Surgió como rancherío de peones conchabados en las estancias del lugar. Ahora, apenas quedan una decena de casas, algunas ya taperas.

Hay que recorrer diez kilómetros por un mal camino para ir a Chilcas y Chingolas, pero la mochilera se llevó una buena sorpresa a la llegada ante la vista de algunas casitas nuevas, pintadas de colores vivos. Los colores la impactaron por lo inusual, en la campaña uruguaya mimetizada con el marrón del barro y la paja, el violeta en las paredes constituye un acto de verdadero atrevimiento estético.

La tormenta amenazaba con arruinarle el viaje, había pasado varias cañadas con puentes bajos y comenzó a temer que, si llovía mucho, el agua le impidiera el paso. Mientras caían las primeras gotas, caminó por la calle central, el mismo camino de ingreso, que une a  Chilcas y Chingolas.

Una callecita de tierra con cuatro ranchos en hilera se abría hacia la izquierda y terminaba rápidamente convertida en campo. En uno de los ranchos, la mochilera vio a un paisano sentado en la puerta y rodeado de perros.

Al verla llegar, el hombre y los perros se acercaron a la portera. Los cachorros le lamieron las manos, mientras el paisano la recibió cordial, pero reservado. Saludó y se presentó como Pedro González.

También con él fue fácil conversar. González le señaló con orgullo las casas pintadas de colores vivos y le contó que en la obra habían participado todos los vecinos, si bien la iniciativa se debió al maestro de Primaria, José Bonifacino.

De pronto la tormenta amenazante pasó a los hechos y una lluvia torrencial cayó ruidosa sobre Chilcas y Chingolas. La mochilera se despidió presurosa y rumbeó hacia Capilla del Sauce donde pensaba pasar la noche y de allí partir hacia otro departamento. El auto desanduvo a los tumbos el camino hacia la carretera. Los pueblos se quedaron solos, allá lejos. Los arroyos, por suerte, seguían en su cauce y  los puentes la dejaron llegar sin problemas hacia la meta final.

No hay comentarios:

Publicar un comentario