búsqueda interesante

martes, 13 de noviembre de 2012

los juguetes =4to año

Cuando mi madre estuvo grave,
nosotros salimos de nuestro hogar. Mi abuela
se llevó a mis hermanos más chicos y yo fui a
aquella casa que era la más lujosa del pueblo.
Mi compañero de banca vivía allí.
La casa no me gustó desde que llegué a
ella.
La madre de mi compañero era una
señora que andaba siempre recomendando
silencio. Los criados eran serios y tristes,
Hablaban como en secreto y se deslizaban
como en secreto y se deslizaban por las piezas
enormes como sombras. Las alfombras
absorbían los ruidos y las paredes tenían
retratos de hombres graves, de caras
apretadas por largas patillas.
Los niños jugaban en la sala de los
juguetes sin hacer ruido. Fuera de aquella
sala no se podía jugar. Estaba prohibido. Los
juguetes estaban alineados cada uno en su
lugar, como los frascos en las boticas.
Parecía que con aquellos juguetes no
hubiera jugado nadie. Yo hasta entonces
había jugado siempre con piedras, con tierra,
con perros y con niños. Pero nunca con
juguetes como aquéllos. Como no podía vivir
allí, mi padrino Don Bernardo, el vasco, me
llevó a su casa.
En lo de mi padrino había vacas, mulas,
caballos, gallinas, un horno de cocer pan y un
galpón para guardar maíz y alfalfa. La cocina
era grande como un barco. En el centro tenía
un picadero de leña enterrado en el suelo.
Cerca de la chimenea una llanta de carreta
reunía pavas, parrillas y hombres. Pájaros y
gallinas entraban y salían.
Mi padrino se levantaba a las cinco de la
mañana y comenzaba a partir leña. Los golpes
que daba con el hacha resonaban por toda la
casa. Una vaca mimosa venía hasta la media
puerta y balaba apenas lo veía. Luego un
concierto de golpes, mugidos, gritos, cacarear
y batir alas, conmovían la casa. A veces al
entrar en las piezas, el vuelo asustado de un
pájaro que se sorprendía nos paraba
indecisos. La casa era una cosa viva y
trepidante.
La leche espumosa y el pan casero,
migón y dorado, nos acercaba todos a la mesa
como a un altar.
Nuestras mañanas transcurrían en el
galpón oloroso de alfalfa. De unos mechinales
altos, que el sol perforaba, caían hacia el piso
unas listas de luz donde danzaba el polvo.
Las ratoneras entraban y salían por
todos lados, pues allí había muchísimas.
En casa de padrino supe que los
juguetes y los juegos que hacen felices a los
niños no están en las jugueterías.
Juan José Morosoli (1899-1957)
Extraído de:
“Perico. 15 relatos para niños” (1945

No hay comentarios:

Publicar un comentario