Anochecer de un día agitado
Me llamo
Eugenia Ortiz.
La semana próxima voy a cumplir 65 años.
Nací en Buenos Aires en 1809. Por aquella época era común que los
niños que pertenecíamos a familias donde no faltaba el dinero fuéramos criados
por esclavas negras. Eran nuestras amas de leche y los médicos las recomendaban
como las mejores nodrizas.
La mía se llamaba Clementina, ¡y yo la adoraba!
En las tardes de verano, cuando el calor se hacía insoportable y todos
dormían la siesta,
nosotras nos sentábamos debajo del limonero.
Nadie como ella sabía explicarme todo tan bien.
(…)
Este es uno de los primeros recuerdos que tengo de mis charlas con la
tía Cleme. Fue algunos años después de la Revolución de Mayo En el reloj había
sonado la hora fatal: la de ir a la cama. ¿A qué niño le gusta ir a la cama? Mi
tatita acababa de darme la bendición cuando, al pasar al lado de mi madre, pude
ver que todavía tenía los ojos enrojecidos por el llanto de esa tarde.
Entonces, mientras me zambullía
en las sábanas heladas, le dije a Clementina...
—Tía Clementina, contáme, ¿por qué lloraba mi mamá esta tarde?
—¡Ay, niña Eugenia, no me haga andar contando las cosas de mi amita!
—Contáme, Clementina. Hasta que no me cuentes, no me voy dormir.
—Mire que es caprichosa, mi niña! Le cuento rapidito y después se me
duerme, Mañana es fiesta de la Patria y tenernos que estar tempranito en la
plaza pa’ cantar el Himno.
—Prometido.
—Su Merced lloraba porque pa’ esta fecha se le viene a la memoria el
recuerdo del hermano
que está en España.
—El tío Eusebio, Clementina?
—El mesmo, mi niña.
—Yo no lo recuerdo para nada.
— Y de las primas tampoco se acuerda?
—Nada de nada.
—Ay, qué negra bruta que soy! Cómo se va a recordar, si mi niña era
así de chiquitita cuando
ellos se fueron.
— ¿Chiquitita como mi hermano era yo, Clementina?
— ¡Igualita!
— Bueno, seguíme contando, ¿por qué lloraba mi madre?
— Como le decía, niña Eugenia, l’amita lloraba porque
hace siete años, pa’ esta fecha, se
armó un lío tan grande en este país y en esta casa que de resulta de
eso, su tío se fue
con la familia a España pa’ nunca más volver.
— ¿Y no se sabe nada de ellos?
— Algo debe saber l’amita, porque de vez en cuando
recibe cartas. Después que las lee me
pide que se las guarde en un baúl que yo tengo.
— ¿Y qué dicen, Clementina?
— ¡Y no sé niña, si yo no aprendí a leer! Y aunque
supiera, tampoco andaría por ahí,
husmeando cartas ajenas. ¿Qué le estaba contando? ¡Ah!, sí, el lío que
se había armado.
Eran como las seis de la tarde del 25 de mayo
del año’18lO. Había lloviznado todo el
santo día, lo mesmito que hace hoy. Esa mañana, después de una semana
movida como
un candombe, habían sacado al virrey del gobierno lo habían cambiado
por una Junta.
— ¿Un virrey? ¿Qué es virirey, Clementina?
— ¡Ay, niña! ¡Si a cada cosa que sale de mi negra boca
usté’ va a preguntar! Espere que ya
vamo’ a llegar a esa parte.
Le decía, entonces, que ese día 25 había
cambiado el gobierno. Y de tener gobernantes
españoles pasamos a tener gobernantes de acá nacidos en esta tierra,
criollos, como se dice,
— ¡Como yo! —Como usté’, como su hermano, como su padre. Pero no como
su madre ni como su tío
Eusebio, que por ese lado de la familia son todos españoles.
—No me traerías un jarrito de mazamorra, Clementina? ¡Tengo un hambre!
— ¡No, mi niña, ya comió demasiado! Ahorita que le termino de contar,
le traigo un dulcecito
pa’ engañar el estómago. Le decía, entonces, que ese día 25 los criollos se habían hecho cargo
del gobierno, dejando afuera a los españoles. ¡Así que se imagina como
estaban los españoles!
- ¿Y me imagino cómo estaba el tío Eusebio! ¿Y papá?, ¿qué hacía papá?
— ¡Ahí estaba el asunto! El amo era uno de los que habían ido ese día
al Cabildo, a votar pa’
que el virrey se fuera. Y el tío Eusebio, a votar pa’ que se quedara.
- Y como habían ganado los que lo querían sacar, el amo se burlaba de
su tío.
- ¿Y qué le decía, Clementina?
—De todo; “chivato” y otras cosas que no se pueden repetir. ¡Y ahí
estaban los dos, sacándose
chispas por los ojos!
— ¿Siempre se peleaban, tía?
— Discutían bastante.
— ¿Por...?
— Parece ser que los lío’ entre el amo y su tío eran
porque no pensaban lo mesmo.
— En qué cosas pensaban distinto, Clementina?
— En muchas. No sé, yo mucho no entiendo. Parece
cuestiones de dinero, de política.
— Pero, ¿quiere que le diga una cosa, mi niña?, a mí
tampoco me terminaba de gustar ese
Eusebio. Andaba siempre con la narí’ pa’ arriba, creyéndose muy
importante el hombre
porque era español. Se daba corte porque a veces el virrey lo invitaba
a los banquetes.
— ¿Y a mi papá no lo invitaba?
— ¡Qué lo va a invitar, mi niña! Además, ni falta que
le hacía; el amo tenía otra clase de
amistades.
— ¿Quiénes, Clementina?
— Toda gente instruida, que tenía ideas más modernas,
como Mariano Moreno, ¡que Dios lo
tenga en la gloria!, o Manuel Belgrano, y otros que ya ni me acuerdo.
— Belgrano?, ¿el de la bandera?
— Ajá, el mesmo. Bueno, ya nos fuimos por las ramas.
Ni sé de lo que estábamos
hablando... ¡Ah, sí!, de ese día en el Cabildo. Después que volvieron
de votar, la tarde
acá en esta casa se había puesto difícil... Pa’ el amo era un día de
fiesta y pa’ el otro,
un velorio.
Pero el lío se armó a la noche. La Junta de Gobierno dio la orden de
prender toditos lo’
farole’ del Cabildo y de la ciudad. ¡Pa’ que se notara la fiesta!
¿entiende, mi niña?
— ¡Ah! Igual que ahora, cuando nuestro ejército les
gana una batalla a los españoles, ¿no?
— La mesma cosa. Así que mandaron encender todas las
velas. Pero la lluvia apagaba los
candiles. Entonces dispusieron que se prendieran las velas de todas
las casas y que se
abrieran los postigones pa’ que la luz de adentro iluminara las
calles.
— ¿Y el tío
aceptó?
— ¡Ahí fue cuando se armó! El amo abría las ventanas y
su tío las cerraba. ¡Así anduvieron
por no sé cuánto tiempo! Uno que abría y el otro que cerraba, uno que
abría y el otro
que cerraba.
— “Qué va!”, decía Eusebio. “Gastar en velas porque se
les ocurre a unos cuantos
atropellados que sacaron de su puesto al virrey” “¡Ya bastante con las
que se prendieron
en el Cabildo!” “¿Quién va a pagar todo lo que estuvieron gastando
toda la semana, eh?
¿quién? ¡¡¡Nosotros!!!” Y seguía: “Entre las velas, los vinos que se
tomaron y las viandas
que le encargaron a la fonda de Berdial, deben sumar unos cuantos
reales” ¡Y gritaba
como un loco!
— ¿Y mi papá no decía nada, Clementina?
— ¡Y cómo no! Ahí no más le retrucó: “Bien que cuando
te sirvieron el chocolate lo
agarraste sin chistar”, decía el amo.
Pero el tío Eusebio hablaba solo y ni lo miraba al amo.
El seguía con la suya: “Me gustaría salir a la calle y ver con mis
propios ojos cuántos son los
que tienen las ventanas abiertas. ¡Pero qué voy a salir, si andan esos
locos por ahí,
metiendo miedo a la gente con sus sables y sus pistolas!”.
Ahí el amo no aguantó más, y le pegó un trompis al tío Eusebio.
—Y yo dónde estaba, tía Clementina?
—Usté lloraba, mi niña, porque el barullo era increíble, pero yo
enseguidita me la llevé pa’l
fondo, pa’ que no oyera.
— ¿Y siguieron peleando?
— ¿Que si siguieron? ¡Siguieron hasta que el amo le
partió un paraguas por la cabeza al tío
Eusebio!
— ¡¿En serio?!
— ¡Que me caiga muerta ahorita mismo si le miento! En
mi baúl tengo guardado el mango
de ese paraguas.
— Mostrámelo, tía, mostrámelo.
— ¡Qué le via mostrar ahora, ésta no es hora! Ademá’
tiene que ser en secreto.
— ¿Por?
— Porque al amo no le hace mucha gracia ese recuerdo.
¡Tiene grabado el nombre del rey
de España!
— ¿Entonces por ese lío se fueron el tío Eusebio y las
primas a España?
— ¡Claro! A la semana ya estaba preparando el equipaje
pa’ irse en el primer barco que
saliera.
— ¿Y nunca más van a volver?
— Eso yo no lo sé, mi niña. ¡Y ahorita, a dormir! Si
no, mañana no vamos a tener ganas de
cantar ni de bailar ni de nada.
— ¡No, Clementina, contáme más cosas de cuando yo era
chiquitita!
— ¿A estas horas? A estas horas, esta negra vieja lo
que precisa es un buen descanso. Y
ustë’ también, mi niña.
— ¡Una, una solita! — Ni media. Si se me está cayendo de sueño. Admá’, por
estar
contando estas cosas, todavía no acosté al angelito de su hermano.
— ¡Diga que es un santo el pobrecito! Ande, a dormir
se ha dicho! —Está bien, pero otro
día me contás, ¿si?
Zelmanovich, Perla y otros. 1990. Efemérides, entre el mito y la
historia. Buenos Aires:
Paidós, 55-60
me ayudo estudiar
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