búsqueda interesante

domingo, 25 de mayo de 2014

recension

Yo vi siempre el mundo de una manera distinta, sentí siempre, que entre dos cosas que parecen perfectamente delimitadas y separadas, hay intersticios por los cuales, para mí al menos, pasaba, se colaba, un elemento, que no podía explicarse con leyes, que no podía explicarse con lógica, que no podía explicarse con la inteligencia razonante.”

Julio Cortázar

Si es posible escribir y leer las instrucciones para subir una escalera; para matar hormigas en Roma; o para llorar. Si un pelo puede ser perdido adrede en una cañería (previo hacerle un nudo para diferenciarlo del resto) para luego ser buscado por todo el sistema de desagüe de la ciudad. Si una familia es asidua visitante de los velorios de difuntos desconocidos (actividad que desempeñan con afán profesional). Si en casa de Jacinto hay un sillón para morirse que divierte macabramente a los niños y espanta a los mayores. Espejos en la Isla de Pascua que atrasan y adelantan. Excitantes metamorfosis de un diario. Gotas que se resisten a caer y gotas que se suicidan… Y ni hablemos de las historias de los cronopios, los famas y las esperanzas. Entonces no puede sorprendernos que una de esas historias delirantes se transforme en un libro para niños. Cortázar juega y ríe, y crea textos que parecen destinados a horadar toda clasificación; también, por qué no, las que se empeñan en poner edades a los lectores.
Pero la cuestión parece aún más sorprendente, porque “Discurso del oso” fue una historia escrita para niños por Cortázar en 1952 que recién diez años más tarde integraría su libro Historias de cronopios y de famas. De este modo un texto escrito para niños pasó a ser lectura de los adultos y cincuenta y seis años después “regresa” a su destinatario infantil original en esta edición con ilustraciones de Emilio Urberuaga.
Hablar de un libro ilustrado con texto de Cortázar invita a recordar otra obra del autor: Silvalandia (Buenos Aires, Editorial Argonauta, 1984). En este librito, difícil de conseguir hoy en las librerías argentinas, los textos cortazarianos dialogan con los dibujos de su amigo y tocayo: Julio Silva, autor por otra parte de la portada de Historias de cronopios y de famas.
Si las criaturas de Silvalandia son coloridas y se divierten, también sin duda se divierten los artistas que las inventaron, con sus nombres y sus acciones, y se divierten quienes las miran y las leen. El lector convocado por ambos artistas es alguien “que franqueará sonriendo la frontera de Silvalandia donde los aduaneros son azules y no miran nunca las maletas, solamente los ojos y los labios” (*)
¿Cómo puede describirse Discurso del oso si no es en ese afán de divertirse, de pasarla bien y divertir a otros que parece recorrer buena parte de la obra de Cortázar?
El oso de Urberuaga es un oso rojo, intenso, recortado sobre un brillante fondo amarillo. Un oso que se afirma despreocupado y juguetón en su naturaleza imposible, onírica. Los colores contrastan, transmiten vitalidad y dinamismo; como el personaje del texto, gozoso habitante de las escondidas tuberías de una casa.

Si desde la primera frase el personaje se define a sí mismo como el oso de los caños de la casa, también es sin duda el oso de este libro a partir de las ilustraciones, ya que lo vemos transitar por el corte de página de la portada y apenas asomar su cabeza, enfrentado a otros dos personajes: un gato negro y un ratón blanco, sus compañeros de correrías, en la página de los créditos.

“Soy el oso de los caños de la casa,…” Ya sabemos quién es, no hay nada que preguntar ni objetar. Los osos al parecer anidan en las cañerías, como habitan bosques y regiones polares. He aquí, incluso la explicación a esos misteriosos ruidos que por las noches agitan a quienes pretenden dormir en sus camas. Extraña y tierna metáfora surgida de la realidad más cotidiana y prosaica. Si los caños se ocultan en las paredes, un oso puede habitarlos y contemplar desde allí el mundo de las personas. La realidad no es sólo lo que queremos ver, hay en ella grietas que podemos descubrir, o lo que es mejor aún, dejarnos descubrir por ellas.
El oso que transita, contempla, disfruta y acaricia, no es sino un pequeño paréntesis que se abre en la rutina para dar lugar a la belleza, el misterio y el goce.
Siempre la misma casa, los mismos personajes que repiten sus rituales: la muchacha del tercero que grita que se ha quemado, pero no, es el oso que ha sacado su pata por la canilla. La cocinera Guillermina que se queja de que el aire tira mal, pero es el oso que gruñe a la altura del horno del segundo y los matrimonios que se agitan en sus camas y deploran la instalación de las tuberías. Si la repetición brinda lugar a la monotonía, también puede invitar al juego y la poesía. El discurso del oso que juega, también en el lenguaje.
Las ilustraciones de Urberuaga transmiten muy bien esa entrega al goce, al disfrute del oso, ágil, alegre, curioso que resbala por los caños, sube, baja, desafía las leyes de gravedad. Juego y sensualidad en el oso que contempla con paradójica lástima a esos seres tan torpes y grandes que no pueden andar por los caños.

La grandísima alegría de nadar en la cisterna picoteada de estrellas, una de las imágenes más sensoriales del texto, tiene su correlato en la ilustración, donde el rojo intenso del oso se sumerge en el azul del agua y del cielo salpicado por luces nocturnas.
La transformación del texto de Cortázar en un libro con imágenes permite además un efecto de lectura de lo más interesante. La frase extiende sus pausas en la contemplación de las ilustraciones a doble página y en ese necesario movimiento de dar vuelta la hoja. La lectura se torna morosa, detenida. De este modo la prosa poética de Cortázar se acentúa en el ritmo de lectura propio del libro de imágenes, aumentando el disfrute del lector. Como quien se deja acariciar sensualmente por imágenes y palabras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario