Julio Cortázar
Pero la cuestión parece aún más sorprendente, porque “Discurso del oso” fue una historia escrita para niños por Cortázar en 1952 que recién diez años más tarde integraría su libro Historias de cronopios y de famas. De este modo un texto escrito para niños pasó a ser lectura de los adultos y cincuenta y seis años después “regresa” a su destinatario infantil original en esta edición con ilustraciones de Emilio Urberuaga.
Hablar de un libro ilustrado con texto de Cortázar invita a recordar otra obra del autor: Silvalandia (Buenos Aires, Editorial Argonauta, 1984). En este librito, difícil de conseguir hoy en las librerías argentinas, los textos cortazarianos dialogan con los dibujos de su amigo y tocayo: Julio Silva, autor por otra parte de la portada de Historias de cronopios y de famas.
Si las criaturas de Silvalandia son coloridas y se divierten, también sin duda se divierten los artistas que las inventaron, con sus nombres y sus acciones, y se divierten quienes las miran y las leen. El lector convocado por ambos artistas es alguien “que franqueará sonriendo la frontera de Silvalandia donde los aduaneros son azules y no miran nunca las maletas, solamente los ojos y los labios” (*)
¿Cómo puede describirse Discurso del oso si no es en ese afán de divertirse, de pasarla bien y divertir a otros que parece recorrer buena parte de la obra de Cortázar?
El oso de Urberuaga es un oso rojo, intenso, recortado sobre un brillante fondo amarillo. Un oso que se afirma despreocupado y juguetón en su naturaleza imposible, onírica. Los colores contrastan, transmiten vitalidad y dinamismo; como el personaje del texto, gozoso habitante de las escondidas tuberías de una casa.
El oso que transita, contempla, disfruta y acaricia, no es sino un pequeño paréntesis que se abre en la rutina para dar lugar a la belleza, el misterio y el goce.
Siempre la misma casa, los mismos personajes que repiten sus rituales: la muchacha del tercero que grita que se ha quemado, pero no, es el oso que ha sacado su pata por la canilla. La cocinera Guillermina que se queja de que el aire tira mal, pero es el oso que gruñe a la altura del horno del segundo y los matrimonios que se agitan en sus camas y deploran la instalación de las tuberías. Si la repetición brinda lugar a la monotonía, también puede invitar al juego y la poesía. El discurso del oso que juega, también en el lenguaje.
Las ilustraciones de Urberuaga transmiten muy bien esa entrega al goce, al disfrute del oso, ágil, alegre, curioso que resbala por los caños, sube, baja, desafía las leyes de gravedad. Juego y sensualidad en el oso que contempla con paradójica lástima a esos seres tan torpes y grandes que no pueden andar por los caños.
La transformación del texto de Cortázar en un libro con imágenes permite además un efecto de lectura de lo más interesante. La frase extiende sus pausas en la contemplación de las ilustraciones a doble página y en ese necesario movimiento de dar vuelta la hoja. La lectura se torna morosa, detenida. De este modo la prosa poética de Cortázar se acentúa en el ritmo de lectura propio del libro de imágenes, aumentando el disfrute del lector. Como quien se deja acariciar sensualmente por imágenes y palabras.
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