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lunes, 19 de junio de 2023

natalicio de Artigas

Natalicio de Artigas con video José Artigas, prócer nacional, nació el 19 de junio de 1764, en Montevideo y falleció el 23 de setiembre de 1850, en Paraguay. autor: www.lamochila.com.uy Su abuelo, español, llegó con Zabala desde Buenos Aires, integrando el grupo de los primeros pobladores de esta ciudad. Sus padres, Martín Artigas y Francisca Aznar, fueron ricos colonos. Lo bautizaron como José Gervasio, aunque no usó habitualmente su segundo nombre. Según Alberto Zum Felde: “Artigas recibe, en el Convento de los Franciscanos, la instrucción que se da a los jóvenes ricos de la ciudad. Llegado a mozo, va a atender la hacienda de su padre, internándose en Casupá. Allí se hace hombre de campo; adquiere los hábitos y las energías propias del medio; se adiestra en los trabajos violentos y peligrosos de la ganadería de su época. Conoce íntimamente al gaucho y se identifica con él. Pero pronto la vida de la estancia no le basta…” Dejó la hacienda de sus padres y se dedicó a recorrer la campaña realizando distintas tareas. Entre ellas se destacó, por lo polémica, la actividad del contrabando, que era muy común entre los comerciantes rioplatenses de fines del siglo XVIII. Creado el Cuerpo de Blandengues en 1797, Artigas pasó a integrarlo. Sus conocimientos sobre táctica y organización militar le posibilitaron rápidos ascensos. Sus ideas y su acción fueron decisivas durante la Revolución Oriental, y hasta la invasión portuguesa de 1816 su figura era un reto en estos territorios para todos los que pretendieran avasallarlos. En 1820 toda la Provincia quedó en poder de los portugueses y Artigas se dirigió al Paraguay, desconociéndose todavía con certeza los motivos que tuvo para hacerlo. Allí vivió sus últimos años, hasta el día de su muerte, el 23 de setiembre de 1850. Figura y personalidad de Artigas Crónica general del Uruguay Washington Reyes Abadie – Andrés Vázquez Romero autor: www.lamochila.com.uy Al producirse el estallido de la Revolución Oriental, José Artigas tenía ya cuarenta y siete años de edad. Su experiencia vital que le hacía el más sagaz intérprete de la tierra y de los hombres de la Banda Oriental y comarcas circundantes lo autorizaba para ser el conductor señalado del destino de los pueblos platenses en su tránsito del viejo régimen hispánico al nuevo orden de la libertad. Algunos de sus contemporáneos han dejado la descripción de su figura y personalidad moral, referida al momento de su apogeo en 1815. Así dice en sus Memorias el Gral. Nicolás de Vedia, que lo conoció desde el colegio, donde fue su compañero: “Es Artigas de regular estatura, algo recio y ancho de pecho. Su rostro es agradable; su conversación afable y siempre decente; come parcamente, bebe a sorbos, jamás empina los vasos. No tiene modales agauchados, sin embargo de haber vivido siempre en el campo”. Larrañaga también lo recuerda en ocasión de entrevistarlo en Paysandú, en junio de 1815: “...En nada parecía un general. Su traje era de paisano y muy sencillo: pantalón y chaqueta azul, sin vivos ni vueltas, y zapatos y medias blancos y un capote de bayetón eran todas sus galas, y aun todo esto pobre y viejo. Es hombre de una estatura regular y robusta, de color bastante blanco, de muy buenas facciones, con la nariz aguileña, pelo negro y con pocas canas; aparenta tener unos cuarenta y ocho años, su conversación tiene atractivos, habla quedo y pausado; no es fácil sorprenderlo con largos razonamientos, pues reduce la dificultad a pocas palabras y lleno de mucha experiencia, tiene una previsión y un tino extraordinarios. Conoce mucho el corazón humano, principalmente el de nuestros paisanos y así no hay quien le iguale en el arte de manejarlos. Todos lo rodean y todos lo siguen con amor, no obstante que viven desnudos y llenos de miseria a su lado...”. Y el propio Bartolomé Mitre, que contribuirá decisivamente a imponer la “leyenda negra” sobre el caudillo, dejó un manuscrito inédito redactado en 1841, en Montevideo, donde decía: “Artigas era verdaderamente un hombre de hierro. Cuando concebía un proyecto no había nada que lo detuviera en su ejecución, su voluntad poderosa era del temple de su alma y el que posee esta palanca puede reposar tranquilo sobre el logro de sus empresas. Original, en sus pensamientos como en sus maneras, su individualidad marcada hería de un modo profundo la mente del pueblo”. “Activo pero silencioso, hablaba muy poco y sus órdenes más terminantes se expresaban por el lenguaje mudo que pedía la vida o la muerte de los gladiadores. Sereno y fecundo en arbitrios, siempre se mostró superior al peligro”. Había nacido el 19 de junio de 1764 en la ciudad de Montevideo, en la casa que habitaban sus padres, lindera a la de sus abuelos maternos, sitas en los terrenos que hoy ocupan las fincas números 1486–90 y 306, 308 y 310, de las calles Colón y Cerrito, respectivamente. La tradición, empero, ha situado este acontecimiento en la llamada “Azotea de los Artigas”, en el Sauce, donde se venera, con unción patriótica particular, la memoria del héroe. Esta afirmación tradicional, sin embargo, no puede mantenerse frente a los resultados de la investigación que, además de ubicar el hogar natal del Caudillo en el referido paraje de la ciudad de Montevideo, ha permitido establecer que la propiedad del Sauce –herencia de su madre– recién comenzó a ser explotada por su padre Don Martín José en 1776, cuando José Artigas tenía ya doce años de edad. Era José Gervasio el tercero de los hijos del matrimonio de Martín José Artigas y Francisca Antonia Pasqual Rodríguez, conocida por Francisca Antonia Aznar, siendo sus hermanos, Martina Antonia, José Nicolás, Manuel Francisco y los menores Pedro Ángel y Cornelio Cipriano, fallecidos ambos antes de 1806. Estaba vinculado por su linaje –como lo demuestra el cuadro genealógico respectivo– a familias fundadoras de la ciudad: los Artigas, los Carrasco, los Pasqual y los Camejo, derivando, por su ancestro, de hidalgos aragoneses, que, por la rama de los Artigas, se remontan al siglo XIV y por la de los Pascual Aznar, son partícipes de las luchas iniciadas por Pelayo y García Jiménez contra los invasores musulmanes de la península Ibérica; y por los Melo y Cuitiño, a la casa real de Portugal y a la estirpe indoamericana del Inca Tupac Yupanki. El 24 de diciembre de 1772 en la estanzuela de Melchor de Viana y actuando como padrinos generales el mismo y doña Rita Pérez, se impartió el sacramento de la Confirmación a un numeroso grupo de personas entre las cuales se encontraban José Artigas, su padre y tres de sus hermanos. Artigas pasó los primeros años de su vida en la ciudad y en la chacra de sus padres, en la margen occidental del arroyo Carrasco. Tras un breve pasaje por la escuela de primeras letras del Convento de San Bernardino, de los Padres Franciscanos, se decidió por la vida en campaña. Hubo de quebrantar para ello la disposición testamentaria de su abuelo materno Felipe Pasqual Aznar, quien había instituido una capellanía nombrando “por primer capellán de ella a mi nieto José Gervasio Artigas”. En 1778 su nombre aparece registrado en la Cofradía del Santísimo Rosario y luego, por un largo período, se abre una época indocumentada de su vida, de la que apenas se poseen algunas noticias. Resulta de interés el testimonio de doña Josefa Ravia, sobrina de Artigas, recogido a fines del siglo pasado, que dice: “Tío Pepe iba a las estancias por vía de paseo, en las cuales adquirió relación con la familia de los Latorres de Santa Lucía y los Pérez del Valle de Aiguá. Frecuentó esas visitas a la campaña, y le fue tomando afición a las faenas de campo; pero como no tuviera en las estancias de su padre una colocación fija se ponía de acuerdo con los Latorres, con los Torgueses, D. Domingo Lema y D. Francisco Ravía, y salía a los campos de D. Melchor de Viana por autorización de éste y del Gobernador de Montevideo a hacer cuereadas, utilizándose también las gorduras y las astas”. “... En cuanto al carácter personal de Artigas, lo tengo muy presente, porque desde niña he estado oyendo diálogos de tía Martina Artigas, hermana de tío Pepe, con mi tía Josefina Ravía, del carácter, hechos, y costumbres de aquél hasta la época que voy refiriendo. Ellos decían que tío Pepe era muy paseandero y muy amigo de sociedad, y de visitas, así como de vestirse bien “a lo cabildante”; y que se hacía atraer la voluntad de las personas por su modo afable y cariñoso. Don Martín Artigas era el que recibía en Montevideo las carretas de cueros que mandaba tío Pepe de campaña, siendo los conductores de ellas don Francisco Ravía, don Domingo Lema, don Manuel Latorre y sus esclavos. Don Manuel vendía la carga, la metalizaba y repartía su importe, entregándoles su parte a los conductores arriba mencionados”. En 1791, al levantarse el padrón del partido de Sauce y Pantanoso, aparece en él Martín José Artigas, con su esposa y tres hijos; José se había alejado ya del hogar paterno. Por esa fecha se encontraba en la zona de Soriano, y en los campos del Queguay, donde actuaba asociado “a un señor Chatre”, en la recogida de ganados, que, procedentes de las estancias misioneras, eran atraídos por las fértiles rinconadas basálticas de la región litoraleña. El citado Vedia recuerda que: “Se habían pasado cosa de dieciséis a dieciocho años, cuando después abrazó su carrera de vida suelta, lo vi por primera vez en una estancia a orillas del Bacacay, circundado de muchos mozos alucinados que acababan de llegar con una crecida porción de animales a vender. Esto fue a principios del año 93, en la estancia de un hacendado rico, llamado el capitán Sebastián”. Entre los años 1794 y 1796, hay noticias de sus andanzas por los territorios del norte del Río Negro y en las zonas limítrofes con el Brasil, haciendo corambre en el Cuareim, en compañía de otros “changadores”; “conduciendo más de cuatro mil animales y al mismo tiempo cogiendo ganado” al frente de “80 y tantos hombres de armas, la más portuguesada...” o, en fin, despertando la prevención del propio Gobernador Olaguer y Feliú, quien, en la capital, ha tenido “positivas noticias” de que está “para salir de la barra de Arapey Grande con el Arapey Chico...” una crecida tropa con destino “a la Estancia de Pintos que está enfrente a la guardia de Batoví y que igual camino lleva otro llamado Pepe Artigas, contrabandista vecino de esta ciudad, conduciendo también dos mil animales...” La documentación glosada prueba que Artigas, como hijo de su tiempo, como morador de la pradera oriental, participó en faenas clandestinas y en el trajín del contrabando, en la zona norte de la Banda durante los años de su mocedad. Y si esta probanza, más la que fluye de una interpretación racional y lógica sobre los requerimientos ineludibles del medio en donde actuaba, no fuera suficiente, cabría agregar que, al ingresar al Cuerpo de Blandengues, se acogió a los beneficios de un indulto, donde estaba previsto especialmente este delito y que, justamente, pretendía atraer a hombres diestros, buenos jinetes y que hubieran andado “en el trajín clandestino”, para formar aquel Cuerpo de Caballería destinado a celar la campaña. El 10 de marzo de 1797, Artigas, con muchos de sus compañeros de aventuras, se enrolaba como soldado en el “Cuerpo de Blandengues de la Frontera de Montevideo”, haciéndose presente en el Cuartel General de dicha unidad en Maldonado. Juan E. Pivel Devoto, al evaluar este momento de la vida del héroe, expresa con acierto: “Artigas contaba entonces treinta y tres años a los que una vida intensa había dado madurez y experiencia. En sus correrías por los campos de la Banda Oriental, en los que el desierto era interrumpido por una que otra población, o el rancherío de una estancia, había llegado a dominar la realidad geográfica que formaban las dilatadas extensiones de suaves colinas con abundantes pastos, las serranías y grandes cuchillas que servían de rumbo a los baqueanos, a reconocer los pasos y picadas para vadear los ríos y arroyos; los senderos que daban acceso a los montes que servían de refugio a los bandoleros. Persiguiendo ganado alzado para hacer tropas, parando rodeo en las estancias o haciendo corambres en compañía de hombres de rudo aspecto y alma simple, había penetrado en los secretos del gaucho, del changador y del indio, en la solidaridad que crea el peligro y las fatigas, en las charlas y confidencias del fogón. Su espíritu inquieto habíase saciado ya con la aventura de esa existencia libre, en la que el duro trajín de correr campos y faenar ganados, se matizaba boleando potros y avestruces, matando perros cimarrones o descubriendo la guarida de un tigre. La existencia en un medio de costumbres tan primitivas no había dejado en su alma sedimentos innobles”. En agosto de 1797 era comisionado al frente de una partida de treinta hombres para contener las incursiones de los changadores portugueses y los malones indígenas. A su regreso de esta misión, en Montevideo, en enero de 1798, ya había sido designado –en octubre de 1797– Capitán del Regimiento de Milicias de Caballería. El nuevo Jefe de Milicias continuó, sin embargo, al mando de los Blandengues, donde el 2 de marzo de 1798 se le designó Ayudante Mayor con el grado de Teniente, cuyo grado le sería confirmado por el Rey, en enero de 1799. A pesar de sus importantes y destacados servicios, recién alcanzaría el grado de Capitán el 5 de setiembre de 1810, que le fue conferido por el Brigadier Joaquín de Soria, con carácter interino y hasta la suprema confirmación real. Cuando se prestó aprobación al plan de don Félix de Azara, de fundar poblaciones en la frontera de la Banda con el Brasil, Artigas fue designado para actuar como Ayudante del sabio geógrafo, seguramente “por su mucha práctica de los terrenos y conocimientos de la campaña”, como diría el Sub-Inspector General, Sobremonte, en la oportunidad de recomendarlo para una comisión. Azara le encargó proceder al deslinde y entrega de los solares en el recién fundado pueblo San Gabriel de Batoví. Allí tendría oportunidad de vivir una aleccionante experiencia, con el asalto portugués a las guardias fronterizas de Santa Tecla y Batoví y la ocupación de las Misiones. De resultas de la guerra con España, el Capitán General de Río Grande del Sur movilizó sus fuerzas sobre el territorio español de la Banda, apoderándose de las guardias de Santa Tecla y Batoví, mientras el aventurero José Borges do Canto ocupaba los pueblos de Misiones en agosto de 1801. Había sido ocupada, asimismo, la villa de Melo, de la que fueron desalojados cuando los efectivos hispánicos de la Banda se disponían a continuar la liberación de los demás territorios, en cuya acción fueron detenidos por la noticia de haberse firmado la paz, en Badajoz. En las acciones militares de esa difícil guerra fronteriza le cupo actuación destacada a Artigas, que en marzo de 1803 regresó a Montevideo permaneciendo casi todo el año “enfermo en su casa”. A fines de abril de 1804, el Gobernador Pascual Ruiz Huidobro dispuso que tomara el mando de una partida de cincuenta hombres para atacar a los indios rebeldes que asolaban las estancias del norte del Río Negro. En dicha campaña, Artigas chocó, reiteradamente, con el Comandante General de Misiones, Coronel Tomás de Rocamora, conflicto que fue solucionado por la intervención del Teniente Coronel Francisco Javier de Viana, que elogió la disposición y eficiencia de Artigas, como diría, “sin embargo de sus penalidades y mal estado de salud”. Y en oficio del 30 de junio de 1805 hacía saber que había concedido licencia para la plaza de Montevideo al Ayudante Mayor José Artigas “para restablecer su salud”. Poco después era elevado el pedido de Artigas de retiro, por razones de salud, “con el goce de fuero militar y uso de uniforme de retirado, en premio de sus útiles servicios”. En esta época actuó como “oficial del Resguardo (aduanero) con jurisdicción del Cordón al Peñarol”. El 23 de diciembre, de 1805 contrajo matrimonio con su prima Rosalía Rafaela Villagrán Artigas, invocando al solicitar la dispensa ante las autoridades eclesiásticas por el grado de consanguinidad que los unía, “el deseo de sacar de la especie de orfandad y pobreza en que se halla la expresada prima siendo hija de una madre viuda sin haberes ni auxilio seguros para su subsistencia... y que teniendo, casi al cumplir treinta años de edad... es ya muy difícil que halle marido que la mantenga en los términos que el suplicante es capaz por su bienestar”. Al año siguiente nacía su hijo, José María, y luego dos niñas, Francisca Eulalia en noviembre de 1807, y Petronila, en diciembre de 1809; ambas fallecerán a los pocos meses de vida y en tales circunstancias, Rosalía padeció un desequilibrio mental que la sumiría más tarde definitivamente, en la enajenación, hasta su muerte ocurrida el 10 de febrero de 1824, en el Hospital de Caridad de Montevideo, en circunstancias de extrema pobreza. Tuvo, sin embargo, el Caudillo, otros hijos, de filiación natural. En 1791 había nacido su primogénito, Manuel, cuya madre, Isabel Sánchez o Velásquez, le daría tres hijas más: María Clemencia, en 1793; María Agustina, en 1793; y María Vicenta, en 1804, habiendo fallecido las dos primeras, de corta edad. Otro hijo, Roberto, lo hubo de su relación con Matilde Borda, hacia 1813, en la época del segundo sitio de Montevideo. Este, a su vez, sería padre de dos hijas, Matilde y Angelita Artigas, como resulta de la documentación conocida. Santiago y María, nacidos en Purificación, entre los años 1817 y 1819, fueron sus últimos vástagos, habidos con la paraguaya Melchora Cuenca. Al producirse las invasiones inglesas, no acompañó, en un primer momento, la expedición organizada en Montevideo, para cooperar con la defensa de Buenos Aires, por cuanto el Cuerpo de Blandengues permaneció guareciendo varios puntos de la campaña oriental. Pero, poco después, Ruiz Huidobro lo comisionó, con pliegos para Liniers, al que alcanzó en los Corrales de Miserere, participando en las acciones del Retiro y de la Plaza de la Victoria. Liniers, entonces, le confió el parte del triunfo obtenido sobre los ingleses; al cruzar el Río de la Plata en dirección a la Colonia, se hundió la embarcación en que viajaba, perdiendo su equipaje y efectos personales, y alcanzando la costa a nado. Durante la segunda invasión inglesa volvió a actuar a las órdenes del viejo Comandante del Regimiento de Blandengues, Cayetano Ramírez de Arellano, mereciendo su expresa citación, por haberse comportado –con otros oficiales del Cuerpo– “con el mayor enardecimiento, sin perdonar instante de fatiga, animando a la tropa, sin embargo de que no lo necesitaba, por el ardor con que se arroja al fuego de los enemigos”. Por ese entonces, hacia agosto de 1807, ocupó la plaza de Comandante Interino de la Colonia. Investigaciones modernas han comprobado que Artigas, en su calidad de Ayudante Mayor del Cuerpo de Blandengues, acumuló, en cierta época, a sus cometidos habituales de celar la campaña, perseguir el contrabando y conservar el orden público, otra investidura especial, como magistrado con competencia en materia de tierras fiscales. Elío, designado Gobernador interino de Montevideo, después de las invasiones inglesas, adicionó a este cometido el de Comandante General de la Campaña, con funciones jurisdiccionales, y también de policía y gobierno, en cuanto le competía velar “por la seguridad, tranquilidad y conservación de los vecinos y hacendados. Cuando en tal carácter instituyó a Artigas, Comandante de la Partida Celadora encargada de actuar en la zona ubicada al norte del Río Negro, a fines de 1807, también lo “facultó para siempre”, para que, cuando se le presentaren “algunos vecinos que se quieran establecer en los terrenos que hubiesen realengos”, los pusiera en posesión legítima y les diera un certificado –o “conste”, como se decía entonces–, que oficiaba de título de dominio, acreditando la donación. El procedimiento no era el habitual. El interesado, en vez de seguir el fatigoso trámite de las denuncias, comparecía en audiencia oral ante el magistrado, quien, si el peticionante era acreedor a la gracia, le reconocía el derecho posesorio y le señalaba los linderos. Planteada la ruptura de relaciones entre Montevideo y Buenos Aires, en 1810, Artigas actuó en el Entre Ríos para sofocar los brotes “juntistas”, retirándose luego a Colonia con su Compañía de Blandengues. El 15 de febrero de 1811, Artigas abandonó la causa “regentista” junto con el teniente Rafael Hortiguera y seis de sus hombres y del Cura párroco de Colonia, José María Enríquez Peña, pasando a ofrecer los servicios orientales al gobierno porteño de la “Junta Grande”, ahora representativo de todas las Provincias. El Comandante Salazar, en informe elevado al Ministro de Marina de la Regencia, narraría las circunstancias que rodearon el pasaje de Artigas al “juntismo” y señalaría, en toda su importancia, la significación del mismo en la promoción revolucionaria de la campaña: “El Señor Virrey separó de la Comandancia de la colonia al benemérito Coronel Don Ramón del Pino...; para reemplazar a Pino se nombró al Brigadier, Dn. Vicente María de Muesas a quien Dios no le ha concedido el don del mando; pronto se empezaron a desertar Oficiales y Soldados de la Colonia; por último, un día llamó al Capitán de Blandengues Don José de Artigas y si sobre algunos de sus soldados habían entrado en un huerto y comido alguna fruta, le dijo tantas cosas amenazándole con que le pondría preso, que lo sofocó, y Artigas salió volando vomitando venganzas; Artigas era el coquito de toda la campaña, el niño mimado de los Jefes, porque para todo apuro lo llamaban y se estaba seguro del buen éxito, por que tiene un extraordinario conocimiento de la campaña como nacido y criado en ella, en continuas comisiones contra Ladrones, Portugueses, etc.; además, está muy emparentado, y en suma, en diciendo Artigas en la campaña todos tiemblan; este hombre insultado y agraviado sale vomitando furias, desaparece y cada pueblo por donde pasaba lo iba d Raíces del pensamiento artiguista Crónica general del Uruguay de Washinton Reyes Abadie- Andrés Vázquez Romero autor: www.lamochila.com.uy No basta, empero, para un cabal entendimiento de Artigas y de su original concepción de los objetivos políticos y económicos de la Revolución de los Pueblos del Plata, el análisis de su vasta experiencia vital de la tierra y de sus hombres. El Caudillo, al asumir, en 1811, un papel protagónico en la conducción de los destinos revolucionarios, aparece dotado, innegablemente, de una concepción demasiado sistemática y clara, como para atribuirla, exclusivamente, a su lúcida interpretación de los intereses populares o a la concordante cooperación intelectual de los hombres de su secretaría y de su consejo. La historiografía no ha indagado suficientemente en este aspecto, vacilando, a lo largo del tiempo, entre un total escepticismo respecto de la posibilidad real de un “pensamiento” propio del Caudillo, y la atribución a los modelos ideológicos de los textos revolucionarios hispánicos o norteamericanos, para explicar con estos la formulación del ideario artiguista. Sin embargo, en un análisis objetivo, no es arriesgado considerar como origen e inspiración del pensamiento artiguista a la ilustración española, o sea a la corriente de ideas predominante en el tránsito de los siglos XVIII al XIX, en el mundo hispanoamericano y en particular en el ámbito rioplatense. En este sentido, por lo demás, cabe señalar que el período sustancial de la formación de la personalidad del Caudillo –1790-1810– se inscribe en la época en que los ideales del pensamiento ilustrado habían recibido la rotunda confirmación de dos trascendentes acontecimientos históricos: la emancipación y organización constitucional de los Estados Unidos y la Revolución Francesa. La poderosa refracción que estos acontecimientos provocaron en los más representativos espíritus de la ilustración hispánica, en la Península y en el Nuevo Mundo, tuvo, como es notorio, particular recepción en el sensitivo ámbito del Río de la Plata, y, en especial, en Montevideo, la ciudad-puerto, hija postrera del reformismo borbónico. La inquieta minoría letrada y el grupo principal de los activos hombres de negocios de su patriciado –al que Artigas estaba vinculado, tanto por sus relaciones de familia, como por su propia actuación personal–, siguieron con atenta preocupación e información tales procesos, como lo atestiguan sus pronunciamientos y dictámenes y se trasunta de los copiadores de su correspondencia con consignatarios y cofrades de la Península y del Virreinato. Pero, además, era connatural a un medio tan esencialmente penetrado por el tráfago mercantil y el culto de las “novedades” como el de Montevideo –rasgo que hasta hoy caracteriza su esencial condición de urbe cosmopolita y de vocación universal–, el comentario, el cultivo del rumor y hasta el adoptar partido, en la tertulia y el salón, por las opiniones, las ideas y las conductas del “siglo”, conocidas y difundidas por los “papeles públicos” y las noticias de los viajeros. En una época, pues, tan impregnada de formulaciones y programas y conmovida por cambios tan radicales de las estructuras históricas, no puede suponerse, sin exceso de abstracción, que un hombre como Artigas pudiera quedar ajeno y sin opinión sobre los mismos. Sin duda, los hombres del patriciado montevideano, que adherían a las categorías del pensamiento ilustrado, eran representantes e intérpretes de intereses a los que Artigas, sin desconocer, no por ello estaba vitalmente comprometido y condicionado. Este fermento “liberal”, que en los planos de su teoría política y económica se percibirá oportunamente, no alcanzó sin duda, por esta circunstancia de desapego y distancia de los intereses concretos del patriciado montevideano al que por su origen pertenecía, a invalidar la aguda percepción, por Artigas, de sus contradicciones con la realidad de su tierra y de la historia, cuyas formas tradicionales prefirió por sobre los moldes institucionales y políticos que, con tanta miopía, trasplantarán en sus ensayos de organización, las minorías dirigentes de las urbes platenses. El pensamiento de Artigas presenta, por ello, frente al de estas –sin perjuicio de su común raíz inspiradora–, una superior adecuación a la realidad viva de la geografía y de los pueblos y un cierto aire “restaurador”, por su adhesión a las fórmulas tradicionales, renovadas por la intervención directa de las soberanías de los vecindarios y la ratificación de las normas tutelares de la comunidad que la más valiosa herencia jurídica hispanoamericana contenía en materia agraria y económica. He ahí la similitud y el parentesco del pensamiento artiguista con el de su tiempo; pero también sus profundas diferencias. No puede ignorarse, por lo demás –y como reiteradamente se ha señalado–, la influencia y el carácter revelador que, sin duda, debió tener para Artigas su actuación y relación con Félix de Azara. Como es notorio, este era un distinguido representante del arma de ingeniería hispánica, cuya sobresaliente actuación en los estudios académicos y en particular en matemáticas, había decidido su nombramiento como Comisario de límites para la demarcación, en tierras americanas, de la línea trazada por las cancillerías ibéricas en el Tratado de San Ildefonso. Pero consta, asimismo, su participación activa en la “Sociedad económica aragonesa”, instituida en Zaragoza, en 1776, de la que fuera designado miembro fundador “atendiendo a su capacidad científica, y a la fama que ya tenía entre los hombres instruidos”. Estos antecedentes del sabio español autorizan al intérprete a considerarlo un adicto a las corrientes liberales y reformistas de las que fuera impulsor y primer propagandista, en la Península, el ilustre Melchor Gaspar de Jovellanos. La calidad de sus observaciones y reflexiones sobre la realidad económica y social de estas tierras americanas, que formulará luego en sus célebres “Memorias”, ratifican, por lo demás, este aserto; y permiten, sin violencia, inferir que no pudo permanecer extraño a las mismas, el inquieto espíritu de Artigas. La secuencia de los hechos que habrían de conmover radicalmente las bases institucionales y el cuadro de intereses económicos del Río de la Plata, en los años decisivos de 1805 a 1810, debió permitir, asimismo, la conformación de una opinión clara y definida en el ánimo de Artigas. La violenta actitud de los grandes terratenientes de la Banda Oriental frente a las disposiciones del Real Acuerdo de 1805 sobre limitación y gravámenes a la propiedad rural; las gestiones y pronunciamientos de autoridades y comerciantes montevideanos respecto de las limitaciones impuestas a la libre comercialización de los géneros introducidos a la plaza, durante el período de la dominación británica; el divorcio institucional de 1808 con la capital virreinal, entroncado con las noticias alarmantes sobre la crisis de la monarquía, las pretensiones de Bonaparte y las aspiraciones de la Infanta Carlota; los acontecimientos, en suma, de 1810, que a través de la “Gaceta” de Buenos Aires y las noticias de los particulares conmovían la opinión de Montevideo y de los pueblos de la Banda Oriental, constituyen jalones de un proceso demasiado importante y en muchos de cuyos avatares tuvo actuación el propio Artigas, como para suponer a este ajeno e indiferente a los mismos. Su conducta durante el año X, al servicio del “regentismo” montevideano, probablemente se inscribe en una actitud de desconfianza a las decisiones políticas de la rival Buenos Aires, que debió privar en la opinión de muchos hombres representativos de la campaña oriental. Pero la creciente protesta del medio rural ante las medidas fiscales del gobierno montevideano; el cambio operado en la autoridad porteña el 18 de diciembre, con la incorporación de los representantes del interior, que abrió una expectativa legítima de mejor representatividad y respeto de los derechos de los pueblos, y que pareció, incluso, concretarse en el Reglamento de Juntas principales y subalternas, del 10 de febrero de 1811; la conmoción provocada por las disposiciones coactivas de Elío sobre tierras y la subsecuente declaración de guerra a la Junta porteña: el destrato agraviante de Muesas a su dignidad personal, constituyen, por lo demás, motivaciones de entidad suficiente para explicarnos su decisión de incorporarse a la causa revolucionaria “juntista”. No puede desconocerse, tampoco, en este examen del proceso de integración del pensamiento y de la predisposición revolucionaria del Caudillo, la influencia que ejerció en su ánimo la prestigiosa personalidad del Cura párroco de Colonia, Dr. José María Enrique de la Peña, encendido partidario de la Junta. Sobre este particular, resulta muy ilustrativa la carta que, algunos años después, le escribiera el Caudillo a dicho sacerdote: “Mi muy distinguido amigo y apreciable paisano: Tal vez no pasa un solo día sin que yo no recuerde aquellos buenos ratos que nos agradaban tanto; al fin, por nuestros sentimientos patrióticos, emprendimos igualmente nuestra marcha, que fue seguida de nuestra separación”. “Es muy mejor para algún día que nos veamos, la narración de nuestros trabajos desde aquel tiempo”. Luego de tan significativo comienzo, que revela en el trato, respetuoso a la vez que cordial, un sincero aprecio del Caudillo hacia su antiguo contertulio y amigo, pasa a historiar el orden de los acontecimientos hasta la fecha –enero de 1813– y concluye: “Esta es mi historia en globo, Los pormenores servirán en justificarla más; pero la premura del tiempo me impide relacionárselos a Ud. de quien me repito su siempre amigo atento, q.s.m.b. José Artigas”. La deferencia del trato y la evocación de los “buenos ratos” compartidos, precediendo inmediatamente al recuerdo de la común decisión revolucionaria movida por el “patriotismo”, permiten inferir, sin violentar los hechos, que el Caudillo otorgaba al sacerdote patriota una significación de un valor tal, como para concederle –en medio de las más difíciles circunstancias y estrechado por el tiempo– el mérito de una pormenorizada relación de acontecimientos, que, únicamente, se explica y cobra sentido si se supone al corresponsal como copartícipe de aspiraciones y reflexiones comunes y anteriores al desarrollo de tales acontecimientos. Artigas en Paraguay Artigas se había retirado de nuestro país al fracasar sus ideas libertarias. autor: www.lamochila.com.uy Desde 1820 vivió en Paraguay. Esos últimos años de su vida están llenos de misterio y de informaciones contradictorias, muchas de las cuales los historiadores todavía no han podido aclarar. Falleció en compañía de su amigo y servidor Ansina, el 23 de setiembre. Te ofrecemos algunos fragmentos del libro Artigas, de Jesualdo Sosa: Su pedido: “ya soy un hombre muerto, hay que dejarme quieto aquí”, que le hiciera a su hijo cuando intentó llevárselo a su patria, era ya el testamento del hombre que presiente su fin. Lo que quedaba en ese entonces de la tan recia figura era apenas un hombre de mediana estatura, delgado; conforme a la costumbre de aquel entonces, no usaba barba; de largos rizos blancos; que vestía siempre un poncho paraguayo, “paraí”, y un “carandaí”, sombrero de paja, alto. Andaba a menudo a caballo y por la chacra de López a pie con un bastón largo y rústico. Le bastaba un poco de agua y de mandioca; estaba resignado y sereno en su último tramo. Cuando advirtió el domingo 22, que algunas personas le rodeaban para trasladarlo a la casona de López, para una mejor atención, se rebeló de nuevo, casi como antaño: -“¡Yo no debo morir en la cama, sino montado sobre mi caballo! ¡Traigan al Morito que voy a montarlo!” Pero habrían de ser estas casi de las últimas expresiones de su poderosa libertad interior. Porque al amanecer del lunes 23, su fiel negro Joaquín comprobaba con espanto, que Artigas expiraba en silencio, con sus ojos lejanos como todo lo suyo. En la mañana del día siguiente, un carretón sin toldo, arrastrado por bueyes, traqueteando, llevó su cadáver desde el rancho hasta la fosa del camposanto de los insolventes... “tercer sepulcro del número veintiséis del cementerio general... un adulto llamado José Artigas, extranjero...”, anotó el cura enterrador. Lo acompañaron algunas personas de buena voluntad, esclavos y el negro Joaquín, que lo lloró con lágrimas centenarias. Seis años después, unos hombres graves, vestidos con levitas y sombreros de copa, trajeron sus restos de la Asunción y los depositaron en la Aduana de Montevideo; todavía tristes peripecias: el acre rescoldo de un galpón en la Isla de las Ratas, frente al puerto, hasta que vinieron a dar al Panteón Nacional, en medio de algo y recogido sentimiento patriota. El éxodo del pueblo oriental- Artigas inició con sus tropas su viaje hacia el norte, y entonces se produjo un fenómeno insólito: familias enteras se unieron a él, llegando desde los lugares más apartados, en carretas, a caballo o a pie, cargados todos con las pocas pertenencias que podían llevar. Este episodio se conoció con el nombre de El Éxodo, La Redota o, según la expresión utilizada por Artigas, La Emigración. Entre diciembre de 1811 y mediados de enero de 1812 los orientales habrían cruzado el río Uruguay, estableciéndose finalmente sobre las costas del arroyo Ayuí hasta setiembre de ese último año. Esta movilización masiva de orientales significó, para las autoridades bonaerenses, el más aplastante rechazo a los términos del armisticio y la importancia creciente de la figura de Artigas como el conductor de su pueblo. Para los españoles que estaban en Montevideo representó la disminución de los logros alcanzados con el armisticio, ya que no resultaba de gran valor la ocupación de un territorio despoblado e improductivo. Para los orientales, que tuvieron que compartir tantas privaciones y peligros en el viaje, significó el fortalecimiento de los lazos de solidaridad, indispensables para el surgimiento de un grupo con identidad propia. Para Artigas, representó la enorme responsabilidad Recurso en el blog de la escuela http://escuelarural78paysandu.blogspot.com.uy/search?q=mujeres+de+artigas http://escuelarural78paysandu.blogspot.com.uy/search?q=la+redota

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