CAPÍTULO
82 de la novela Rayuela de Julio
Cortázar
Morelliana.
¿Por qué escribo esto? No tengo ideas claras,
ni siquiera tengo ideas. Hay jirones, impulsos, bloques, y todo busca una
forma, entonces entra en juego el ritmo y yo escribo dentro de ese ritmo,
escribo por él, movido por él y no por eso
que llaman el pensamiento y que hace la prosa, literaria u otra. Hay
primero una situación confusa, que sólo
puede definirse en la palabra; de esa penumbra parto, y si lo que quiero decir (si lo que quiere decirse) tiene suficiente fuerza, inmediatamente se
inicia el swing, un balanceo rítmico que
me saca a la superficie, lo ilumina todo, conjuga esa materia confusa y el que
la padece en una tercera instancia clara y como fatal: la frase, el párrafo, la
página, el capítulo, el libro. Ese balanceo, ese swing
en el que se va informando la materia confusa, es para mí la única certidumbre
de su necesidad, porque apenas cesa comprendo que no tengo ya nada que decir. Y
también es la única recompensa de mi trabajo: sentir que lo que he escrito es
como un lomo de gato bajo la caricia, con chispas y un arquearse cadencioso.
Así por la escritura bajo al volcán, me acerco a las Madres, me conecto con el
Centro —sea lo que sea. Escribir es dibujar mi mandala y a la vez recorrerlo,
inventar la purificación purificándose; tarea de pobre shamán blanco con
calzoncillos de nylon.
Cortázar, Julio (1963) Rayuela. Uruguay:
Santillana, SA
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