Un campesino muy amarrete se
pasaba el día vigilando su huerto para asegurarse de que nada y nadie, ni
animales, ni personas, le tocaran ni un pasito.
Un día comprendió que sus dos
ojos no alcanzaban para verlo todo, todo el tiempo y decidió construir un
espantapájaros.
Hizo los brazos y las piernas
con cañas. Con paja completó el cuerpo. Clavó una calabaza como cabeza y en la
cabeza colocó dos granos de maíz en el lugar de los ojos, una zanahoria fresca
en la zona de la nariz y una hilera de granos de trigo en la boca: los dientes.
Después le puso una ropa bastante fea y lo hincó en la tierra. Finalmente el
campesino se dio cuenta de que a su muñeco le faltaba un corazón, así que
agarró una rica granada de su huerta y se la acomodó en el pecho. Al poco rato,
un gorrión necesitado se acercó al huerto donde estaba el espantapájaros y le
dijo: - ¡Que buen trigo hay aquí! ¡Dame algo para mis hijos!
- No puedo – respondió el
espantapájaros. Pero si te hace mucha falta, te dejo que arranques mis dientes.
El gorrión, contento, recogió
los granos de trigo y el espantapájaros quedó satisfecho de su acción, aunque
con la boca vacía.
A los pocos días entró al
huerto un conejo. El espantapájaros quiso cumplir con su deber de
echarlo, pero el conejo fijando su mirada, imploró: - quiero una zanahoria,
tengo hambre. Y el muñeco le ofreció la zanahoria de su nariz.
Mas tarde, el muñeco oyó
llorar a un niño que buscaba comida para sus hermanos. El dueño de la huerta le
había negado su ayuda, de modo que el espantapájaros arrancó la cabeza que era
la calabaza, y se la dio.
Al amanecer, el campesino fue
al huerto y vio el estado en el que había quedado su espantapájaros. Entonces
decidió quemarlo. A partir de ese día el campesino aprendió a ser una persona
más solidaria porque se dedicó ayuda a los necesitados.
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