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domingo, 31 de mayo de 2015
viernes, 29 de mayo de 2015
jueves, 28 de mayo de 2015
juegos
EL PROCER-CRISTINA PERI ROSSI
Era
un enorme caballo con un héroe encima. Los visitantes y los numerosos
turistas solían detenerse a contemplarlos. La majestuosidad del
caballo, su tamaño descomunal, la perfección de sus músculos,
el gesto, la cerviz, todo era motivo de admiración en aquella
bestia magnífica. Había sido construido por un escultor
profesional subvencionado varias veces por el gobierno y que se había
especializado en efemérides. El caballo era enorme y casi parecía
respirar. Sus magníficas ancas suscitaban siempre el elogio.
Los guías hacía reparar al público en la tensión
de sus músculos, sus corvas, el cuello, las mandíbulas
formidables. El héroe, entre tanto, empequeñecía.
-Estoy harto de estar aquí -le gritó por fin, una mañana. Miró hacia abajo, hacia el lomo del caballo que lo sostenía y se dio cuenta cuán mínimo, diminuto, insignificante había quedado él. Sobre el magnifico animal verde, él parecía una uva. El caballo no dio señales de oírlo: continuó en su gesto aparatoso, avanzando el codo y el remo, en posición de marcha. El escultor lo había tomado de un libro ilustrado que relataba las hazañas de Julio César; y desde que el caballo se enteró de cuál había sido su modelo trataba de estar en posición de marca el mayor tiempo posible.
-Schtttttttttt -llamó el prócer.
El caballo miró hacia arriba. Arqueó las cejas y elevó los ojos, un puntito negro, muy alto, muy por
encima de él parecía moverse. Se lo podía sacudir de encima a penas con uno de esos estremecimientos de piel con los cuales suelen espantarse las moscas y los demás insectos. Estaba ocupado en mantener el remo hacia delante, sin embargo, porque a las nueve de la mañana vendría una delegación nipona a depositar una ofrenda floral y tomar fotografías. Esto lo enorgullecía mucho. Ya había visto varias ampliaciones, con él en primer plano, ancho, hermoso, la plataforma del monumento sobre el césped muy verde, la base rodeada de flores, flores naturales y flores artificiales regaladas por los oficiales, los marineros, los ministros, las actrices francesas, los boxeadores norteamericanos, los bailarines checoslovacos, el embajador pakistano, los pianistas rusos, la misión Por La Paz y La Amistad de los Pueblos, la Cruz Roja, Las Juventudes Neofascistas, el Mariscal del Aire y del Mar y el Núcleo de los Pieles Rojas Sobrevivientes.
Esta interrupción en el momento justo de adelantar el remo le cayó muy mal.
-Schtttt -insistió el héroe.
El caballo al fin se dio por aludido.
-¿Qué desea usted? -interrogó al caudillo con tono imperioso y algo insolente.
-Me gustaría bajar un rato y pasearme por ahí, si fuera posible -contestó con humildad el prócer.
-Haga lo que quiera. Pero le advierto -le reconvino el caballo- que a las nueve de la mañana vendrá la delegación nipona.
-Ya lo sé. Lo he visto en los diarios -dijo el caudillo-. Pero tantas ceremonias me tienen un poco harto.
El caballo se negó a considerar una respuesta tan poco protocolar.
-Es por los huesos, ¿sabe? -se excusó el héroe-. Me siento un poco duro. Y las fotografías, ya no sé qué gesto poner -continuó.
-La gloria es la gloria -filosofó baratamente el caballo. Estas frases tan sabias las había aprendido de los discursos oficiales. Año a años los diferentes gobernantes, presidentes, ministros, secretarios, se colocaban delante del monumento y pronunciaban sus discursos. Con el tiempo, el caballo se los aprendió de memoria, y además, casi todos eran iguales, de manera que eran fáciles de aprender hasta para un caballo.
-¿Cree que si me bajo un rato se notará? -preguntó el héroe.
La pregunta satisfacía la vanidad del caballo.
-De ninguna manera. Yo puedo ocupar el lugar de los dos. Además, en este país, nadie mira hacia arriba. Todo el mundo anda cabizbajo. Nadie notará la ausencia de un prócer; en todo caso, debe estar lleno de aspirantes a subirse en su lugar.
Alentado, el héroe descendió con disimulo y dejó al caballo solo. Ya en el suelo, lo primero que hizo fue mirar hacia arriba -cosa que nadie hacia en el país-, y observar el lugar al que durante tantos años lo habían relegado. Vio que el caballo era enorme, como el de Troya, pero no estaba seguro si tenía guerreros adentro o no. En todo caso, de una cosa estaba seguro: el caballo estaba rodeado de soldados. Estos, armados hasta los dientes, formaban dos o tres hileras alrededor del monumento, y él se preguntó qué cosa protegían. ¿Los pobres? ¿El derecho? ¿La sabiduría? Tantos años en el aire lo tenían un poco mareado: hasta llegó a pensar que lo habían colocado tan lejos del suelo para que no se diera cuenta de nada de lo que sucedía allí abajo. Quiso acercarse para interrogar a uno de los soldados (¿Cuál es su función? ¿A quién sirve? -le preguntaría) pero no bien avanzó unos metros en esa dirección, los hombres de la primera fila apuntaron todos hacia él y comprendió que lo acribillarían si daba un paso más. Desistió de su idea. Seguramente, con el tiempo, y antes de la noche, averiguaría por qué estaban allí los soldados, en la plaza pública, qué intereses defendían, al servicio de quién estaban. Por un instante tuvo nostalgia de su regimientos, integrado voluntariamente por civiles que se plegaron a su ideas y avanzaban con él, peleando hasta con las uñas. En una esquina compró un diario pero su lectura le dio asco. El pensaba que la policía estaba para ayudar a cruzar la calle a los ancianos, pero bien se veía en la foto que traía el diario a un policía apaleando a un estudiante. El estudiante esgrimía un cartel con una de las frases que él había pronunciado una vez, pero algo había pasado con su frase, que ahora no gustaba: durante años la había oído repetir como un sonsonete en todas las ceremonias oficiales que tenían lugar frente a su monumento, pero ahora ser veía que había caído en desuso, en sospecha o algo así. A lo mejor era que pensaban que en realidad él no la había pronunciado, que era falsa, que la había inventado otro y no él. "Fui yo, fui yo, la dije, la repito" tuvo ganas de gritar, pero quién lo iba a oír, mejor no la decía, era seguro que si se ponía a gritar eso en medio de la calle terminaba en la cárcel, como el pobre muchacho de la fotografía. ¿Y qué hacía su retrato, su propio retrato estampado en la puerta de ese ministerio? Eso no estaba dispuesto a permitirlo. Un ministerio acusado de tantas cosas y su retrato, el único legítimo, el único que le hacía justicia colocado en la puerta... Esta vez los políticos habían colmado la medida. Estaba dispuesto a que su retrato encabezara las hojas de cuaderno, las tapas de los libros, mejor aún le parecía que apareciera en las casas de los pobres, de los humildes, pero en ese ministerio, no. ¿Ante quién podrían protestar? Ahí estaba la dificultad. Era seguro que tendría que presentar la reclamación en papel sellado, con timbres de biblioteca en una de esas enormes y atiborradas oficinas. Luego de algunos años es posible que algún jerarca se ocupara del caso, si él le prometía algún ascenso, pero bien se sabía que él no estaba en condiciones de ofrecer nada a nadie, ni nunca lo había estado en su vida. Dio unos pasos por la calle y se sentó en el cordón de la vereda, desconsolado. Desde arriba, nunca había vista la cantidad de pobres y mendigos que ahora podía encontrar en la calle. ¿Qué había sucedido en todos estos años? ¿Cómo se había llegado a esto? Algo andaba muy mal, pero desde arriba no se veía bien. Por eso es que lo habían subido allí. Para que no se diera cuenta de nada, ni se enterara de cómo eran las cosas, y pudieran seguir pronunciando su nombre en los discursos en vano, ante la complacencia versallesca de los hipócritas extranjeros en turno.
Caminó unas cuantas cuadras y a lo largo de todas ellas se encontró
con varios tanques y vehículos del ejército que patrullaban
la ciudad. Esto lo alarmó muchísimo. ¿Es que estaría
su país -su propio país, el que había contribuido
a forjar- a punto de ser invadido? La idea lo excitó. Sin embargo,
se dio cuenta de su error: había leído prolijamente el
diario de la mañana y no se hablaba de eso en ninguna parte.
Todos los países -por lo menos aquellos de los que se sabía
algo- mantenían buenas relaciones con el suyo, claro que uno
explotaba a casi todos los demás, pero esto parecía ser
natural y aceptado sin inconvenientes por los otros gobiernos, los gobiernos
de los países explotados.-Estoy harto de estar aquí -le gritó por fin, una mañana. Miró hacia abajo, hacia el lomo del caballo que lo sostenía y se dio cuenta cuán mínimo, diminuto, insignificante había quedado él. Sobre el magnifico animal verde, él parecía una uva. El caballo no dio señales de oírlo: continuó en su gesto aparatoso, avanzando el codo y el remo, en posición de marcha. El escultor lo había tomado de un libro ilustrado que relataba las hazañas de Julio César; y desde que el caballo se enteró de cuál había sido su modelo trataba de estar en posición de marca el mayor tiempo posible.
-Schtttttttttt -llamó el prócer.
El caballo miró hacia arriba. Arqueó las cejas y elevó los ojos, un puntito negro, muy alto, muy por
encima de él parecía moverse. Se lo podía sacudir de encima a penas con uno de esos estremecimientos de piel con los cuales suelen espantarse las moscas y los demás insectos. Estaba ocupado en mantener el remo hacia delante, sin embargo, porque a las nueve de la mañana vendría una delegación nipona a depositar una ofrenda floral y tomar fotografías. Esto lo enorgullecía mucho. Ya había visto varias ampliaciones, con él en primer plano, ancho, hermoso, la plataforma del monumento sobre el césped muy verde, la base rodeada de flores, flores naturales y flores artificiales regaladas por los oficiales, los marineros, los ministros, las actrices francesas, los boxeadores norteamericanos, los bailarines checoslovacos, el embajador pakistano, los pianistas rusos, la misión Por La Paz y La Amistad de los Pueblos, la Cruz Roja, Las Juventudes Neofascistas, el Mariscal del Aire y del Mar y el Núcleo de los Pieles Rojas Sobrevivientes.
Esta interrupción en el momento justo de adelantar el remo le cayó muy mal.
-Schtttt -insistió el héroe.
El caballo al fin se dio por aludido.
-¿Qué desea usted? -interrogó al caudillo con tono imperioso y algo insolente.
-Me gustaría bajar un rato y pasearme por ahí, si fuera posible -contestó con humildad el prócer.
-Haga lo que quiera. Pero le advierto -le reconvino el caballo- que a las nueve de la mañana vendrá la delegación nipona.
-Ya lo sé. Lo he visto en los diarios -dijo el caudillo-. Pero tantas ceremonias me tienen un poco harto.
El caballo se negó a considerar una respuesta tan poco protocolar.
-Es por los huesos, ¿sabe? -se excusó el héroe-. Me siento un poco duro. Y las fotografías, ya no sé qué gesto poner -continuó.
-La gloria es la gloria -filosofó baratamente el caballo. Estas frases tan sabias las había aprendido de los discursos oficiales. Año a años los diferentes gobernantes, presidentes, ministros, secretarios, se colocaban delante del monumento y pronunciaban sus discursos. Con el tiempo, el caballo se los aprendió de memoria, y además, casi todos eran iguales, de manera que eran fáciles de aprender hasta para un caballo.
-¿Cree que si me bajo un rato se notará? -preguntó el héroe.
La pregunta satisfacía la vanidad del caballo.
-De ninguna manera. Yo puedo ocupar el lugar de los dos. Además, en este país, nadie mira hacia arriba. Todo el mundo anda cabizbajo. Nadie notará la ausencia de un prócer; en todo caso, debe estar lleno de aspirantes a subirse en su lugar.
Alentado, el héroe descendió con disimulo y dejó al caballo solo. Ya en el suelo, lo primero que hizo fue mirar hacia arriba -cosa que nadie hacia en el país-, y observar el lugar al que durante tantos años lo habían relegado. Vio que el caballo era enorme, como el de Troya, pero no estaba seguro si tenía guerreros adentro o no. En todo caso, de una cosa estaba seguro: el caballo estaba rodeado de soldados. Estos, armados hasta los dientes, formaban dos o tres hileras alrededor del monumento, y él se preguntó qué cosa protegían. ¿Los pobres? ¿El derecho? ¿La sabiduría? Tantos años en el aire lo tenían un poco mareado: hasta llegó a pensar que lo habían colocado tan lejos del suelo para que no se diera cuenta de nada de lo que sucedía allí abajo. Quiso acercarse para interrogar a uno de los soldados (¿Cuál es su función? ¿A quién sirve? -le preguntaría) pero no bien avanzó unos metros en esa dirección, los hombres de la primera fila apuntaron todos hacia él y comprendió que lo acribillarían si daba un paso más. Desistió de su idea. Seguramente, con el tiempo, y antes de la noche, averiguaría por qué estaban allí los soldados, en la plaza pública, qué intereses defendían, al servicio de quién estaban. Por un instante tuvo nostalgia de su regimientos, integrado voluntariamente por civiles que se plegaron a su ideas y avanzaban con él, peleando hasta con las uñas. En una esquina compró un diario pero su lectura le dio asco. El pensaba que la policía estaba para ayudar a cruzar la calle a los ancianos, pero bien se veía en la foto que traía el diario a un policía apaleando a un estudiante. El estudiante esgrimía un cartel con una de las frases que él había pronunciado una vez, pero algo había pasado con su frase, que ahora no gustaba: durante años la había oído repetir como un sonsonete en todas las ceremonias oficiales que tenían lugar frente a su monumento, pero ahora ser veía que había caído en desuso, en sospecha o algo así. A lo mejor era que pensaban que en realidad él no la había pronunciado, que era falsa, que la había inventado otro y no él. "Fui yo, fui yo, la dije, la repito" tuvo ganas de gritar, pero quién lo iba a oír, mejor no la decía, era seguro que si se ponía a gritar eso en medio de la calle terminaba en la cárcel, como el pobre muchacho de la fotografía. ¿Y qué hacía su retrato, su propio retrato estampado en la puerta de ese ministerio? Eso no estaba dispuesto a permitirlo. Un ministerio acusado de tantas cosas y su retrato, el único legítimo, el único que le hacía justicia colocado en la puerta... Esta vez los políticos habían colmado la medida. Estaba dispuesto a que su retrato encabezara las hojas de cuaderno, las tapas de los libros, mejor aún le parecía que apareciera en las casas de los pobres, de los humildes, pero en ese ministerio, no. ¿Ante quién podrían protestar? Ahí estaba la dificultad. Era seguro que tendría que presentar la reclamación en papel sellado, con timbres de biblioteca en una de esas enormes y atiborradas oficinas. Luego de algunos años es posible que algún jerarca se ocupara del caso, si él le prometía algún ascenso, pero bien se sabía que él no estaba en condiciones de ofrecer nada a nadie, ni nunca lo había estado en su vida. Dio unos pasos por la calle y se sentó en el cordón de la vereda, desconsolado. Desde arriba, nunca había vista la cantidad de pobres y mendigos que ahora podía encontrar en la calle. ¿Qué había sucedido en todos estos años? ¿Cómo se había llegado a esto? Algo andaba muy mal, pero desde arriba no se veía bien. Por eso es que lo habían subido allí. Para que no se diera cuenta de nada, ni se enterara de cómo eran las cosas, y pudieran seguir pronunciando su nombre en los discursos en vano, ante la complacencia versallesca de los hipócritas extranjeros en turno.
Desconcertado, se sentó en un banco de otra plaza. No le gustaban los tanques, no le gustaba pasearse por la ciudad -una vez que se había animado a descender del monumento- y hallarla así, contantemente vigilada, maniatada, oprimida. ¿Dónde estaba la gente, su gente? ¿Es que no habría tenido descendientes?
Al poco tiempo, un muchacho se sentó a su lado. Decidió interrogarlo, le gustaba la gente joven, estaba seguro que ellos sí podrían responder todas esas preguntas que quería hacer desde que había dejado, descendido de aquel monstruoso caballo.
-¿Para qué están todos esos tanques entre nosotros, joven? -le preguntó al muchacho.
El joven era amable y se veía que había sido recientemente rapado.
-Vigilan el orden -contestó el muchacho.
-¿Qué orden? -interrogó el prócer.
-El orden oficial -contestó rápidamente el otro.
-No entiendo bien, discúlpame -el caudillo se sentía un poco avergonzado de su ignorancia- ¿por qué hay que mantener ese orden con los tanques?
-De lo contrario, señor, sería difícilmente aceptado -respondió el muchacho con suma amabilidad.
-¿Y por qué no sería aceptado? -el héroe se sintió protagonista de una pieza absurda de Ionesco. En las vacaciones había tenido tiempo de leer a ese autor. Fue en el verano, cuando el gobierno trasladaba sus oficinas y sus ministros hacia el este, y por suerte, a nadie se le ocurría venir a decir discursos delante del monumento. El había aprovechado el tiempo para leer un poco. Los libros que todavía no habían sido decomisados, que eran muy pocos. La mayoría ya habían sido o estaban a punto de ser censurados.
-Porque
es un orden injusto -respondió el joven.
El héroe se sintió confundido.
-Y si es injusto, ¿no sería mejor cambiarlo? Digo, revisarlo un poco, para que dejara de serlo.
-Ja -el joven se había burlado por primera vez-. Usted debe estar loco o vivir en alguna isla feliz.
-Hace un tiempo me fui de la patria y recién he regresado, discúlpeme -se turbó el héroe.
-La injusticia siempre favorece a algunos, eso es -explicó el joven.
El prócer había comprendido para qué estaban los tanques. Decidió cambiar de tema.
-¿A qué se dedica usted? -le preguntó al muchacho.
-A nada -fue la respuesta tajante del joven.
-¿Cómo a nada? -el héroe volvió a sorprenderse.
-Antes estudiaba -accedió a explicarle-, pero ahora el gobierno ha decidido clausurar indefinidamente los cursos en los colegios, los liceos y las universidades. Sospecha que la educación se opone al orden, por lo cual, nos ha eximido de ella. Por otra parte, para ingresar a la administración sólo será necesario aprobar examen de integración al régimen. Así se proveerán los puestos públicos; en cuanto a los privados, no hay problemas: jamás emplearán a nadie que no sea de comprobada solidaridad al sistema.
-¿Qué harán los otros? -preguntó alarmado el héroe.
-Huirán del país o serán reducidos por el hambre. Hasta ahora este último recurso ha sido de gran utilidad, tan fuerte, quizás, y tan poderoso, como los verdaderos tanques.
El caudillo deseó ayudar al joven; pensó en escribir una recomendación para él, a los efectos de obtenerle algún empleo, pero no lo hizo porque, a esa altura, no estaba muy seguro de que una tarjeta con su nombre no enviara directamente al joven a la cárcel.
-Ya he estado allí -le dijo el joven, que leyó la palabra cárcel en el pensamiento de ese hombre maduro envuelto en su patria-. Por eso me han cortado el pelo -añadió.
-No le entiendo bien. ¿Qué tiene que ver el pelo con la cárcel?
-El cabello largo se opone al régimen, por lo menos eso es lo que piensa el gobierno.
-Toda mi vida usé el cabello largo -protestó el héroe.
-Serían otras épocas -concluyó seriamente el joven.
Hubo un largo silencio.
-¿Y hora qué hará? -interrogó tristemente el viejo.
-Eso no se lo puedo decir a nadie -contestó el joven; se puso de pie, lo saludó con la mano y cruzó la plaza.
Aunque el diálogo lo había llenado de tristeza, la última frase del joven lo animó bastante. Ahora estaba seguro de que había dejado descendientes.
El héroe se sintió confundido.
-Y si es injusto, ¿no sería mejor cambiarlo? Digo, revisarlo un poco, para que dejara de serlo.
-Ja -el joven se había burlado por primera vez-. Usted debe estar loco o vivir en alguna isla feliz.
-Hace un tiempo me fui de la patria y recién he regresado, discúlpeme -se turbó el héroe.
-La injusticia siempre favorece a algunos, eso es -explicó el joven.
El prócer había comprendido para qué estaban los tanques. Decidió cambiar de tema.
-¿A qué se dedica usted? -le preguntó al muchacho.
-A nada -fue la respuesta tajante del joven.
-¿Cómo a nada? -el héroe volvió a sorprenderse.
-Antes estudiaba -accedió a explicarle-, pero ahora el gobierno ha decidido clausurar indefinidamente los cursos en los colegios, los liceos y las universidades. Sospecha que la educación se opone al orden, por lo cual, nos ha eximido de ella. Por otra parte, para ingresar a la administración sólo será necesario aprobar examen de integración al régimen. Así se proveerán los puestos públicos; en cuanto a los privados, no hay problemas: jamás emplearán a nadie que no sea de comprobada solidaridad al sistema.
-¿Qué harán los otros? -preguntó alarmado el héroe.
-Huirán del país o serán reducidos por el hambre. Hasta ahora este último recurso ha sido de gran utilidad, tan fuerte, quizás, y tan poderoso, como los verdaderos tanques.
El caudillo deseó ayudar al joven; pensó en escribir una recomendación para él, a los efectos de obtenerle algún empleo, pero no lo hizo porque, a esa altura, no estaba muy seguro de que una tarjeta con su nombre no enviara directamente al joven a la cárcel.
-Ya he estado allí -le dijo el joven, que leyó la palabra cárcel en el pensamiento de ese hombre maduro envuelto en su patria-. Por eso me han cortado el pelo -añadió.
-No le entiendo bien. ¿Qué tiene que ver el pelo con la cárcel?
-El cabello largo se opone al régimen, por lo menos eso es lo que piensa el gobierno.
-Toda mi vida usé el cabello largo -protestó el héroe.
-Serían otras épocas -concluyó seriamente el joven.
Hubo un largo silencio.
-¿Y hora qué hará? -interrogó tristemente el viejo.
-Eso no se lo puedo decir a nadie -contestó el joven; se puso de pie, lo saludó con la mano y cruzó la plaza.
Aunque el diálogo lo había llenado de tristeza, la última frase del joven lo animó bastante. Ahora estaba seguro de que había dejado descendientes.
propiedades de la materia
La materia está presente en todos los objetos observables que conocemos, y hace que éstos tengan determinadas características que conocemos como propiedades de la materia:
- Masa. Es la cantidad de materia presente en el objeto.
- Volumen. Es el espacio que ocupa ese objeto.
Peso. Depende de la masa, pero también de la fuerza de gravedad presente.
¡Atención!
Un astronauta tiene la misma masa en la Tierra que en la Luna, pero su peso es mucho menor en la Luna porque hay menos gravedad que en la Tierra.
Estados de la materia
La materia puede tomar tres estados de agregación diferentes: sólido, líquido o gaseoso.
El estado sólido es el más estable de los tres, ya que tanto la forma como el volumen no cambian en gran medida.
El estado líquido se caracteriza por mantener el volumen, pero no la forma. ¡Por eso se inventaron las botellas!
EL estado gaseoso es el más cambiante de los tres. Puede variar mucho el volumen, además de la forma.
La mayoría de sustancias se presentan de manera natural en un solo estado concreto. El agua es una de las pocas excepciones, ya que fácilmente podemos apreciarla en sus tres estados: hielo, agua y vapor de agua.
La mayoría de sustancias se presentan de manera natural en un solo estado concreto. El agua es una de las pocas excepciones, ya que fácilmente podemos apreciarla en sus tres estados: hielo, agua y vapor de agua.
Ahora, podés entretenerte en este sitio interactivo, mientras seguís aprendiendo sobre los diferentes estados de la materia.
miércoles, 27 de mayo de 2015
la materia- 6to 5to
La materia está presente en todos los objetos observables que conocemos. Todos los cuerpos del Universo están compuestos por materia con distintas propiedades y en distintos estados. Los estados de la materia son: líquido, sólido y gaseoso. La materia puede cambiar de estado según, por ejemplo, la temperatura
.http://www.aula365.com/post/estados-materia
mezclas y soluciones-para 4to
http://www.aula365.com/post/mezclas-soluciones/
Las mezclas y soluciones son el resultado de poner en contacto dos o más sustancias, sean éstas sólidas, gaseosas o líquidas. Si tiene una fase visible, es un sistema homogéneo y si tiene más de una fase visible, entonces se trata de un sistema heterogéneo. En general, las fases de una mezcla heterogénea son más fáciles de separar que las sustancias que conforman una solución homogénea.
martes, 26 de mayo de 2015
El día que me volví invisible
El día que me volvi invisible
"El día que me volví invisible”
No sé ni en qué día estamos.
En esta casa no hay calendarios, y en mi memoria los días están hechos una maraña. Me acuerdo de esos calendarios grandes, unos primores, ilustrados con imágenes de los santos que colgábamos al lado del tocador...
Ya no hay nada de eso, todas las cosas antiguas han ido desapareciendo.
Y yo, yo también me fui borrando sin que nadie se diera cuenta.
Primero me cambiaron de cuarto, pues la familia creció. Después me pasaron a otra más pequeña aún, acompañada de una de mis biznietas. Ahora ocupo el cuarto de los trabajos, el que está en el patio de atrás.
Prometieron cambiarle el vidrio roto de la ventana, pero se les olvidó, y todas las noches por allí se cuela un airecito helado que aumenta mis dolores reumáticos.
Desde hace mucho tiempo tenía intenciones de escribir, pero me he pasado semanas buscando una pluma, y cuando al fin la encontraba, yo misma volvía a olvidar en dónde la había puesto.
A mis años, las cosas se pierden fácilmente, claro que es una enfermedad de ellas, de las cosas, porque yo estoy segura de tenerlas, pero siempre se desaparecen.
La otra tarde caí en la cuenta de que también mi voz ha desaparecido. Cuando les hablo a mis nietos o a mis hijos, no me contestan. Todos conversan sin mirarme, como si yo no estuviera con ellos, escuchando atenta lo que dicen.
A veces intervengo en la conversación, segura de que lo que voy a decirles no se le ha ocurrido a ninguno y que les van a servir de mucho mis consejos, pero no me oyen, no me miran, no me responden. Entonces, llena de tristeza, me retiro a mi cuarto antes de terminar de tomar la taza de café. Lo hago así de repente, para que comprendan que estoy enojada, para que se den cuenta de que me han ofendido y vengan a buscarme y me pidan disculpas.
Pero nadie viene.
El otro día les dije que cuando muriera entonces sí que me iban a extrañar. El niño más pequeño dijo: “¿Ah... es que tú estás viva, abuela?”. Les cayó tan en gracia que no paraban de reír. Tres días estuve llorando en mi cuarto, hasta que una mañana entró unos de los muchachos a sacar unas llantas viejas y ni los buenos días me dio.
Fue entonces cuando me convencí de que soy invisible.
Me paro en medio de la sala para ver si aunque sea estorbo, pero mi hija sigue barriendo sin tocarme. Los niños corren a mí alrededor, de un lado al otro, sin tropezar conmigo.
Cuando mi yerno se enfermó, tuve la oportunidad de serle útil: le llevé un té especial que yo misma preparé. Se lo puse en la mesita y me senté a esperar que se lo tomara. Sólo que estaba viendo la televisión y ni un parpadeo me indicó que se daba cuenta de mi presencia. El té, poco a poco se fue enfriando. Mi corazón también.
Un viernes se alborotaron los niños y me vinieron a decir que al día siguiente nos iríamos todos de día de campo. Me puse muy contenta ¡Hacía tantos años que no salía, y menos al campo! Entonces el sábado fui la primera en levantarme. Quise arreglar mis cosas así que me tomé mi tiempo para no retrasarlos.
Al rato entraban y salían de la casa corriendo y echaban bolsas y juguetes al coche. Yo ya estaba lista y, muy alegre, me paré en el zaguán a esperarlos. Cuando arrancaron y el auto desapareció envuelto en el bullicio, comprendí que yo no estaba invitada, tal vez porque no cabía en el coche o porque mis pasos tan lentos impedirían que todos los demás corretearan a gusto por el bosque.
Sentí clarito cómo mi corazón se encogió. La barbilla me temblaba como cuando uno ya no aguanta las ganas de llorar.
Vivo con mi familia y cada día me hago más vieja, pero cosa curiosa, ya no cumplo años.
Nadie me lo recuerda. Todos están tan ocupados. Yo los entiendo, ellos sí hacen cosas importantes. Ríen, gritan, sueñan, lloran, se abrazan, se besan. Yo ya no sé a qué saben los besos. Antes besuqueaba a los chiquitos, era un gusto enorme el que daba tenerlos en mis brazos como si fuesen míos. Sentía su piel tiernita y su respiración dulzona muy cerca de mí. La vida nueva se me metía como un soplo y hasta me daba por cantar canciones de cuna que nunca creía recordar...
Pero un día mi nieta, que acababa de tener a su bebé, dijo que no era bueno que los ancianos besaran a los niños, por cuestiones de salud.
Ya no me les acerqué más, no fuera ser que les pasara algo malo a causa de mis imprudencias. ¡Tengo tanto miedo de contrariarlos!
Ojalá que el día de mañana, cuando ellos lleguen a viejos... Sigan teniendo esa unión entre ellos para que no sientan el frío ni los desaires.
Que tengan la suficiente inteligencia para aceptar que sus vidas ya no cuentan, como me lo piden.
Y Dios quiera que no se conviertan en "viejos sentimentales que todavía quieren llamar la atención".
Y que sus hijos no los hagan sentir como bultos para que el día de mañana no tengan que morirse estando muertos desde antes... como yo.
¡Vamos a cuidar a nuestros mayores!
libro
1er grupo trabaja con lo siguiente Reflexiona, piensa...
¿Crees que la fundación de una biblioteca sea el argumento adecuado
2do grupo
Puedes imaginar cuál será la opinión de nuestro prócer José Gervasio Artigas, estará de acuerdo con la creación de una biblioteca o se opondrá?
3er grupo
Piensa por un momento que estás en el lugar de Artigas... en el campamento de Purificación, ¿qué decisión tomarías?
Luego realizan la lectura en el blog escolar
Cotejen las ideas con lo que en realidad ocurrió. Comparen sus respuestas y elaboren una opinión grupal
¿Crees que la fundación de una biblioteca sea el argumento adecuado
2do grupo
Puedes imaginar cuál será la opinión de nuestro prócer José Gervasio Artigas, estará de acuerdo con la creación de una biblioteca o se opondrá?
3er grupo
Piensa por un momento que estás en el lugar de Artigas... en el campamento de Purificación, ¿qué decisión tomarías?
Luego realizan la lectura en el blog escolar
Cotejen las ideas con lo que en realidad ocurrió. Comparen sus respuestas y elaboren una opinión grupal
lunes, 25 de mayo de 2015
cancion
La Leyenda Del Hada Y El Mago
Rata Blanca
Que un dia en su bosque encantado lloró
Por que a pesar de su magia
No habia podido encontrar el amor
La luna, su unica amiga
Le daba fuerzas para soportar
Todo el dolor que sentia
Por culpa de su tan larga soledad
Es que el sabia muy bien que en su existir
Nunca debia salir de su destino
Si alguien te tiene que amar, ya lo sabras
Solo tendras que saber reconocerlo
Fue en una tarde que el mago
Paseando en el bosque la vista cruzo
Con la mas dulce mirada
Que en toda su vida jamas conocio
Desde ese mismo momento
El hada y el mago quisieron estar
Solos los dos en el bosque
Amandose siempre y en todo lugar
Y el mal que siempre existio, no soporto
Ver tanta feliciodad entre dos seres
Y con su odio ataco, hasta que el hada cayo
En ese sueño fatal de no sentir
En su castillo pasaba
Las noches el mago buscando el poder
Que devolviera a su hada
Su amor, su mirada tan dulce de ayer
Y no paro desde entonces
Buscando la forma de recuperar
A la mujer que aquel dia
En medio del bosque por fin pudo amar
Y hoy sabe que es el amor,y que tendra
Fuerzas para soportar aquel conjuro
Sabe que un dia vera su dulce hada llegar
Y para siempre con el se quedar
para beatriz
Adivinanza
TIENE FORMA DE VENTANA
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Y SE ABRE CADA DÍA
|
PARA HACERME CONOCER
|
UN MUNDO DE MARAVILLAS
|
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CUENTOS CON BRUJAS MALVADAS
|
Y PRINCESAS DORMILONAS
|
SIETE ENANOS CARIÑOSOS
|
O UN TARZÁN CON UNA MONA
|
|
MAPAS, MONTAÑAS Y RÍOS;
|
LUCHA POR LA INDEPENDENCIA
|
TECNOLOGÍA O IDIOMAS;
|
¡LOS MISTERIOS DE LAS CIENCIAS!
|
|
LOS LIBROS SON COMO AMIGOS
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COMPAÑEROS DE AVENTURAS
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NOS AYUDAN A CRECER
|
Y NOS REGALAN CULTURA.
|
Graciela
Oroño
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